economia e regno di dio

«¿Cómo ser buenos en Egipto, o cómo salir de Egipto?»

Carlos Luis Suárez Codorniú, scj

Te damos gracias, Señor,
y te cantamos en medio de los falsos dioses.
Aún les tenemos un poco de miedo,
pero vamos recorriendo
la senda de la libertad (1)

Introducción

Perderse en el escenario del Antiguo Testamento no es difícil. Para evitarlo en cuanto posible, elegimos dos guías que nos ayuden a mantenernos orientados. La primera nos fija el concepto de economía a seguir y los límites donde nos moveremos. La segunda, una breve reflexión a partir del pensamiento de un filósofo y de un teólogo actuales, nos ayudará a mantenernos vinculados a nuestro tiempo y partir así más motivados al encuentro de la Palabra:

¿Qué entendemos por economía al referir este concepto al Israel bíblico?

Asumimos el significado más literal del griego oikía + nómos (casa + ley) que nos hace pensar en todo lo referente a la gestión de la casa, es decir, el conjunto de principios y normas establecidos para el ordenamiento y desarrollo de un determinado estilo de vida de un grupo o una colectividad concreta en un determinado lugar. Hoy el concepto ha quedado reducido al mundo financiero. No era así en Israel, donde no encontramos un término equivalente para economía como actualmente la entendemos. (2)

Hablar de economía de Israel es hablar de la fundamentación y estructuración de toda una sociedad. Intentaremos adentrarnos en las bases constitucionales de esa sociedad queriendo evidenciar los pilares, es decir, las normas que la vertebran y la gestionan, dónde se inspira, qué modelo sigue.

Un evento marca como ningún otro a Israel: la liberación de Egipto, el éxodo. A ello hará referencia todo lo que Israel es y hace: la familia, el trabajo, el culto, la ley, el folclore, las relaciones con otros pueblos, etc. Sobre este hecho basilar construye Israel su economía.

El material del que disponemos es el texto bíblico. A partir de la Escritura buscaremos acercarnos a la experiencia de hombres y mujeres del pasado. Lo haremos siguiendo principalmente textos narrativos y legislativos del Éxodo y del Levítico. Nos ayudará también la experiencia de un profeta, Jeremías. Más allá de un valor documental nos acercamos a la Escritura reconociéndola palabra viva de Dios, memoria vivida y celebrada de Israel, y base de nuestra identidad creyente.

Desde nuestro tiempo Enrique Dusell(3), filósofo de la liberación, nos orientará con su pregunta sobre la ética de la economía vigente. Es una pregunta por todo el sistema «en el que nos movemos y existimos», y no sólo por los mercados de valores o el mundo de la banca. Somos herederos de muchos principios económicos surgidos a raíz de la moral reformista del s. XVI y sus ideas sobre la autoridad, la riqueza, etc. No es nueva la cuestión de tener que aceptar -sin más- un determinado sistema, sin cuestionarlo, sin crearle problemas, y cuánto menos pensarle alternativas. Bíblicamente Dusell lo define el tener que ser buenos en Egipto.

Junto a la reflexión de E. Dusell consideramos otra de Gustavo Gutiérrez(4), teólogo de la liberación, que observa cómo la economía de nuestro tiempo tiende a desplazar la política. Es en el campo económico donde hoy se juega lo decisivo para la vida social. La política está en desprestigio. Vivimos una ruptura definitiva de política y economía, o al menos una clara subordinación de la primera a la segunda: «la política sierva de la economía».

Solidaridad, solicitud hacia los necesitados son realidades que parecen frenar el crecimiento económico e incluso obstaculizan la consecución de un estado de bienestar del que todos, un día, nos dicen, nos beneficiaremos.

G. Gutiérrez cita al economista liberal J. M. Keynes que escribía a fines de los años veinte: «Cuando la acumulación ya no tenga tanta importancia social (...) podremos finalmente liberarnos de aquellos principios pseudomorales que hemos mantenido en pie por doscientos años (...). El amor por el dinero como posesión (...) será reconocido por lo que realmente es, o sea algo de morboso y repugnante». Llegará el día en que podremos llamar a las cosas por su nombre y decir que «la avidez es un vicio, la usura un delito, el amor por el dinero algo detestable...» pero con una resignación asombrosa añade: «¡Atención! No estamos todavía en aquel momento. Al menos por otros cien años debemos continuar a fingir, con nosotros mismos y ante los otros, que aquello que es justo es malo, y aquello que es malo es justo». La razón de ello es que «lo que es injusto es útil, lo justo no lo es. La avidez, la usura, la precaución deben ser aún nuestros dioses por un poco de tiempo. De hecho, solo ellos pueden conducirnos fuera del túnel de la necesidad económica y llevarnos a la luz del día».(5)

La cita nos acerca a los mecanismos de las «estructuras de pecado».(6) La Biblia habla de cultos idolátricos, de olvido de los más débiles..., es, en fin, toda ruptura del proyecto de Dios. No queriendo resignarnos a ese culto ni a ese largo túnel de los que habla Keynes, pero sin embargo conscientes del inmenso poderío de estas estructuras, nos preguntamos con Moisés cómo salir de Egipto.

1. La experiencia del Éxodo

Israel vive en una tierra extranjera: el pueblo es un pueblo extranjero. No se trata de la experiencia de un individuo, sino de una experiencia colectiva. La experiencia de ser extranjero en Egipto no corresponde tampoco a una división de clases al interno del pueblo. Todo el pueblo, y no solo una clase, ha vivido la misma experiencia en tierra extranjera. La Biblia recuerda más de una vez este hecho (Ex 22: 20; 23: 9; Dt 10: 19; Sal 80: 9). El extranjero, hoy mejor hablar del inmigrante, es parte en la Biblia de las categorías desfavorecidas, junto con el huérfano y la viuda (Dt 10: 18; 24: 17. 21). Dios protege estas categorías (Sal 68: 6: «El Señor desde su santa Morada es padre de los huérfanos y defensor de las viudas»; 146: 9).

El extranjero en general

¿Por qué es el extranjero un desfavorecido?, ¿cuál es su pobreza?. El mundo bíblico, como el mundo de la antigüedad y de muchas sociedades de los llamados países «en vías de desarrollo», es un mundo donde las relaciones humanas son primordiales. La familia es el fundamento de la sociedad. Nada la sustituye, el estado-providencia no existe. La seguridad social aún no ha sido inventada. Por eso, porque casi siempre está aislado, y privado del apoyo social indispensable que lo protege, el extranjero es pobre. Por razones obvias no se beneficia de protección política como otros ciudadanos. La nación es considerada como una especie de extensión máxima de la familia (descendientes de un único antepasado). La solidaridad al interno de la nación debía asemejarse a las relaciones dentro de una gran familia.

Una primera característica es pues el no tener apoyo humano, social o político. Difícilmente un extranjero puede hacerse rico o tener una posición importante. La historia de Rut es tal vez el mejor ejemplo de esta situación en la Biblia. El único modo para Rut y su suegra de salir adelante es encontrar un pariente, una familia a través del matrimonio, acto que pone fin a la miseria de estas dos mujeres.

Rut nos sirve primero para ver la situación del extranjero, más aún, mujer y viuda, y por otra parte el modo de superar la situación para salir de la miseria y subir en la escala social: el matrimonio, es decir el mundo de las relaciones fundamentales. No se trata de un simple medio económico, sino de una estrategia que sabe aprovechar las posibilidades ofrecidas por el mundo social. Rut encontró un redentor (3, 9. 12-13). En otras palabras, la situación de pobreza viene determinada en primer lugar más por la situación social que por la económica. En la Biblia la pobreza económica existe, pero son muchos los textos que insisten en la condición humana del pobre. La pobreza viene a menudo por la falta de un apoyo humano suficiente ¿es el caso de Israel?

Israel, extranjero y esclavo

El pueblo vive en una tierra extranjera, ¿pero sufre la pobreza?. No era así al inicio, el pueblo tenía el apoyo del faraón, amigo de José, hay por tanto una relación humana. La situación cambia cuando llega un faraón que no conocía a José (Ex 1, 8; no conocía tampoco la experiencia de fraternidad de José con sus hermanos). Falta la relación humana de conocimiento, y esto significa para Israel un sostén indispensable. Así, el pueblo cae en la categoría de los pobres, de los desfavorecidos que pueden ser fácilmente explotados.

En este sentido Israel es pobre, es un extranjero que no tiene a nadie para defenderlo cuando es maltratado y reducido a la esclavitud. Ahora Israel es extranjero y esclavo. El extranjero goza de algunos derechos cuando viene protegido, el esclavo no. No tiene ningún derecho, ninguna defensa política, jurídica o social. Un proverbio de Mesopotamia (680-669) dice: «El hombre es la sombra de un dios, un esclavo es la sombra de un hombre; pero el rey es como la verdadera imagen de un dios».(7)

Dios junto al extranjero y al esclavo

A menudo la Biblia recuerda la intervención de Dios a favor de su pueblo haciéndole salir de Egipto (Ex 20, 2). Este es el Dios de Israel. Será su mayor proeza, su mayor título y gloria, pero ¿por qué interviene Dios?

Una de las tareas en el Medio Oriente del soberano era defender a los pobres y débiles (Sal 72). Era un deber del faraón proteger a los israelitas y huéspedes en Egipto. Sin embargo, hace lo contrario. Entramos entonces en un problema jurídico, el rey no protege al débil.

La Biblia insiste en un segundo aspecto del delito del rey, se trata del método usado para reducir a Israel: la «brutalidad» (Ex 1: 13-14). Una palabra que aparece en dos contextos en la Biblia. El primero es en el Levítico, algunas leyes sobre los esclavos (25, 43.46.53) prohibiendo tratarles con brutalidad. El segundo contexto está en el libro del profeta Ezequiel, un oráculo contra los pastores (34, 4) acusándoles de haber gobernado con brutalidad. El mensaje es evidente: un patrón, un gobernante, no puede tratar así a los suyos. Es una regla que el faraón rompe. La brutalidad está prohibida. Es una ley de Dios, y no solamente «un derecho humano». Dios es el custode del orden sagrado. Si interviene será para hacer respetar su ley. Pero la Biblia parece indicar una dirección diversa. Dios responde al «grito» de Israel, Dios es como un soberano que tiene por primer deber salvar a los pobres en peligro. Es un apelo de Israel, es una situación jurídica. Dios está por tomar el puesto del faraón como defensor del débil.

Dios interviene porque es el soberano, el juez universal, y porque ha hecho una alianza con los patriarcas (Ex 2, 24; cf. 6, 5). Hay una relación estrecha que une Dios a Israel, fue una iniciativa de Dios. Dios está ligado y su deber es intervenir como lo haría en Israel el pariente más estrecho, el redentor («goel»). Ahora Israel tiene a alguien; Israel, extranjero y esclavo tiene a alguien porque Dios decide intervenir en favor de su pueblo oprimido.

La salida de Egipto

La intervención de Dios será la liberación de Israel. Todos conocemos la historia, pero no siempre se ha dado mucha atención a la originalidad de la solución de Dios. Dios no propone un golpe de estado, la elección de un nuevo faraón o un cambio estructural, jurídico, político, o un reconocimiento de parte del faraón de los derechos de Israel; no se hace el abogado ni de tratativas pacíficas y pacientes ni de una revolución armada.

La liberación para Dios significa solo «salir», «partir». Lo piensa así desde el principio y no cambiará de opinión (Ex 3, 8). Moisés no hará concesiones ante el faraón (5, 1; 10, 3). Quedarse en Egipto, mejorar las condiciones de vida en Egipto, no son temas de los que se trate en estos capítulos.

¿Qué significa «partir»?

1. Ruptura con el pasado - Significa no solo dejar un país y un pasado, sino también dejar atrás un tipo de vida con sus implicaciones. Significa un ruptura de ligámenes inconscientes y tales rupturas son siempre dolorosas. Apenas salen, los israelitas quieren tornar (Ex 14: 11s):

Y dijeron a Moisés: ¿Acaso no había sepulcros en Egipto para que nos sacaras a morir en el desierto?. ¿Por qué nos has tratado de esta manera, sacándonos de Egipto?.

¿No es esto lo que te hablamos en Egipto, diciendo: "Déjanos, para que sirvamos a los egipcios"? Porque mejor nos hubiera sido servir a los egipcios que morir en el desierto.

Había que elegir entre Egipto y el desierto, perder todas las ventajas de la vida en Egipto y perderlas para siempre. Israel se da cuenta pronto de ello. La tentación será siempre la misma: volver a Egipto (16, 2-3; 17, 3; Nm 11, 4-6; 14, 2; Sal 78, 40):

¡Cuántas veces se rebelaron contra El en el desierto, y le entristecieron en medio de la soledad!

Para recuperar estas ventajas, el pueblo estaba dispuesto a pagar el precio: retomar la vía que conducía a la esclavitud. Israel prefiere la esclavitud a la libertad. No quiere cortar los vínculos con Egipto. De este modo, Dios debe combatir con dos frentes: contra Egipto, que no quiere perder sus esclavos, y contra Israel que no quiere separarse de sus amos/patrones.

El relato del paso del mar expresa en términos simbólicos y poéticos esta ruptura con el pasado. Dios y Moisés finalmente hacen atravesar al pueblo el mar. Es de noche; mar y noche corresponden al mundo de la muerte (Jesús camina sobre las aguas). Atravesar el mar significa morir. Salir de la noche y del mar es iniciar una vida nueva, a la luz de la mañana de un mundo nuevo (cf. liturgia del bautismo). Israel muere así a su pasado, Israel ha quemado los puentes. El mar separa a Israel de Egipto.

2. El nacimiento de Israel como pueblo es una obra de Dios creador del universo - El relato usa el vocabulario de la creación para describir la separación de las aguas y la aparición de la tierra seca (cf. Ex 14, 16. 22. 29, y Gn 1, 9-10). Dios da alimento a su pueblo (comparar Ex 16 con Gn 1, 29-30; 6, 21; 9, 3, presentan el mismo vocabulario).

Esta experiencia del poder de Dios creador contiene un último elemento de relieve. La verdadera liberación de Israel significa la liberación no sólo de Egipto y de la esclavitud, sino también de la mentalidad de esclavo. La raíz de la mentalidad de esclavo es el miedo (Ex 14, 10: tuvieron miedo al ver a los egipcios).

El paso del mar obliga a Israel a superar su miedo a la muerte: entra en la noche y en el mar. Obedece al consejo de Israel: «No temas» (14,13). El paso del mar es un paso del temor verso los egipcios al temor verso Dios (14, 31):(8) Cuando Israel vio el gran poder que el SEÑOR había usado contra los egipcios, el pueblo temió al SEÑOR, y creyeron en el SEÑOR y en Moisés, su siervo.

3. Si Israel deja atrás un pasado de esclavitud, delante encuentra el desierto, es decir, nada. Israel no pasa directamente de Egipto a la tierra prometida. Es la etapa más difícil. Es el lugar del difícil ejercicio de la libertad. Allí Israel asumirá la ley de la responsabilidad y asimilará poco a poco las estructuras de un mundo donde las relaciones sociales son totalmente diferentes.

¿Pero por qué hay que pasar por el desierto?

Es el lugar de la pobreza completa. Israel es más pobre que en Egipto. No tiene a nadie, salvo a Dios. Es pues el lugar donde Dios puede manifestar más claramente su poder creador. Será para Israel una experiencia de dependencia.

¿Pero no es degradante? Subrayemos algunos hechos importantes. Primero, todo el pueblo hace la misma experiencia. No hay diferencias sociales. Todos tienen sed, todos tienen hambre. Las condiciones de vida son exactamente las mismas. El desierto hace desaparecer todas las distinciones.

Segundo, todos dependen de Dios. Nadie puede aprovechar la situación a su favor. Ninguna clase o grupo emerge o logra apropiarse de bienes que no existen. Es una sociedad de sopravivencia, como dicen los etnólogos (son sociedades sin estructuras de poder, porque la lucha por la vida diaria concentra todas las energías). El maná cae todos los días, menos el sábado, y no es posible conservarlo de un día para otro. Nadie puede enriquecerse comerciando/especulando con el maná. Recordemos que el primer pecado en la tierra prometida fue el de Akán (Jos 7) después de la victoria de Jericó, apropiándose de algo del botín de guerra. No resistió a la tentación de enriquecerse (cf. Hch 5, 1-11).

Tercero, la dependencia de Dios es total e igual para todos. Israel hace experiencia de la fragilidad radical como pueblo y aprende a recibir cada día de Dios el don de la existencia. A veces el pueblo murmura, porque siente la muerte cercana. Esta pregunta cancela todas las demás (Ex 16: 3):

Y los hijos de Israel les decían: Ojalá hubiéramos muerto a manos del SEÑOR en la tierra de Egipto cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos; porque ustedes nos han traído a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud.

Es una experiencia que crea solidaridad y deja los fundamentos de una existencia donde las diferencias de tipo económico desaparecen.

2. El Decálogo (Ex 20, 1-17)

¿Resuelve la alianza del Sinaí el problema de las diferencias sociales entre ricos y pobres? La pregunta no encuentra una respuesta en tanto que la impostación de Israel era diversa de la nuestra. En este momento no hay ni ricos ni pobres. Ante el Dios que aparece en el Sinaí todos son iguales.

El favor de Dios no es un bien material o una contribución al bienestar de Israel o a una empresa del pueblo. Si Israel existe es por causa de Dios. En el desierto la existencia de Israel es un constante «prodigio», un «milagro permanente». Por eso la deuda de Israel no es un reconocimiento limitado a un beneficio particular. Debe todo al Señor. Todo lo que tiene viene del Señor, y sin Él no es nada.

Cuando las leyes tratan de la propiedad, introducen un principio similar. Nadie es propietario de Israel, salvo Dios, y ninguno será propietario de la tierra, salvo Dios: La tierra no será vendida perdiendo todo derecho, porque la tierra es mía, y para mí ustedes son residentes y huéspedes (25, 23).

Las consecuencias de este principio se explican a lo largo del mismo capítulo 25. Así, durante el año del jubileo, todas las tierras y casas que uno ha tenido que vender para pagar sus deudas, vuelven a su primer propietario (25, 8-38). En el caso extremo en que alguno ha tenido que venderse como esclavo, la esclavitud no puede durar: termina con el año del jubileo (25, 39-43). Pensemos que no tener tierra significa verse desprovisto de la fuente principal de sustento, pero también significa verse fuera de una de las característicicas de la fe y del ser Israel, la heredad de la tierra.

Los límites del derecho de propiedad y de las leyes económicas en el libro del Levitico son muy precisos y los principios formulados con claridad. Las líneas generales son visibles: la experiencia del éxodo exige una gran solidaridad de parte del pueblo. Podemos resumir algunos principios en las siguientes formulaciones:

El primero es el ser, antes del poder y del tener. La fuerza y la riqueza son valores relativos y secundarios. La experiencia del éxodo demuestra el valor absoluto y sagrado de la vida, por encima de todo lo demás. Este valor hace parte de su experiencia de fe en el Dios que lo ha hecho salir de Egipto.

La vida es un don de Dios, la tierra es un don de Dios. Nadie tiene el derecho a adueñarse de la persona o de la tierra de otro, porque pertenecen solo a Dios. Son valores sagrados y absolutos. La experiencia del éxodo resalta la dependencia que liga el pueblo únicamente a Dios.

La experiencia del éxodo es el fundamento de la solidaridad de todos los miembros del pueblo: todos son extranjeros en Egipto, todos fueron liberados de la misma manera, todos recibieron la tierra cuando Josué la distribuyó en nombre del Señor (Jos 13-19), todos son huéspedes del Señor en la tierra de Canaán.

La radicalidad de esta experiencia distingue a Israel de sus vecinos y le da un derecho y una legislación diferente. Idealmente el tipo de sociedad tendría que ser también diferente: Pero las leyes describen, como sabemos, un ideal a alcanzar más que una realidad vivida. Los libros históricos y los profetas muestran que Israel no fue siempre fiel al ideal del éxodo.

3. Mi Pueblo ha cambiado su Gloria

Uno de los profetas, Jeremías (ss. VII-VI), y no solo él, nos presenta un Israel cuya vida ha conocido profundos cambios. El país ha tenido un próspero desarrollo y ha mantenido relaciones de todo tipo con otros pueblos (2,25): Tú dices: «A mi me gustan los extranjeros y quiero ir detrás de ellos».

Esto también lleva a conocer otros cultos:»Me han abandonado, han quemado incienso a dioses extraños, y se han postrado ante las obras de sus manos» (1,16).

Dios no se deja impresionar por esta economía de mercado internacional, que también tiene algo para Él:

¿Qué me importa el incienso que llega de Sabá o la caña aromática de un país lejano? (6,20).

Hay quien abandona sus campos; el trabajo de los metales se desarrolla (armas...); la acumulación de bienes es una realidad, como también las profundas divisiones sociales del pueblo (también en lo político, sea inclinándose hacia Egipto o bien hacia Babilonia); la corrupción de los gobernantes no falta (22, 3):

El dinamismo de la intervención de Dios cambia respecto al Éxodo. El relato del Éxodo nos presenta al pueblo que clama y a Dios que escucha y actúa en consecuencia. El pueblo presentado por Jeremías no clama, no protesta, no se siente oprimido, se siente bien, es un pueblo «aburguesado», no vive en el proyecto de Dios, ha perdido su Gloria (cf. San Ireneo, Mons. Romero...) de la que parte fundamental son los pequeños, los débiles. Dios toma la iniciativa: «Voy a entrar todavía en pleito con ustedes (...). Mi pueblo ha cambiado su Gloria (kabod) por algo que no sirve de nada (...). Yo entro en juicio contigo porque tú dices: «no tengo pecado» (2, 9. 11. 35).

Desde el proyecto de Dios, Israel ha entrado en una situación de desorden, de ruptura: con Dios, con lo creado, y en ello con el mismo semejante. No se reconoce una economía fundada sobre una experiencia liberadora, sino sobre el abuso: hay hombres malvados (...), tienden trampas, atrapan a los hombres. Como una jaula está llena de pájaros así están sus casas llenas de engaños. Por eso se hacen poderosos y ricos. Ellos no hacen justicia, ni tampoco al huérfano y al indigente (5, 26-28).

A través de los textos nos hemos asomado a algunas de las características de la economía de Israel. Nos toca volver a nuestro hoy a la luz de la Palabra. El Israel de Moisés y el de Jeremías fueron descubriendo el proyecto de Dios no sin fatigas y tropiezos, pero ¿lograron realizar una economía como Dios manda?

La tarea sigue abierta. Nos reconocemos miembros del pueblo de Dios. Toca preguntarnos dónde y cómo estamos: ¿en Egipto, en el desierto, en la tierra prometida? ¿Clamamos, o nos sentimos bien?. ¿Descubrimos ídolos, tal vez incluso en nuestras estructuras religiosas?. ¿Mantenemos la tensión por una sociedad donde el huérfano, el extranjero y la viuda se sientan amados, o es este ya un discurso superado en la Unión Europea que se nos presenta?

La Escritura, la Iglesia, nuestras experiencias, siguen diciendo que hay tarea por delante. A veces el por dónde empezar, tomar mayor conciencia de algunos retos, o simplemente descubrir la magnitud y la fuerza de estructuras que se erigen como todopoderosas, nos asusta y nos llena de dudas sobre nuestra capacidad y las posibilidades de éxito de una economía con rostro solidario.

Moisés temió y dudó de su misión. Todos recordamos bien cómo Dios, a pesar de la debilidad de su elegido, se las arregló para realizar su obra e inaugurar una nueva economía. Los hechos espectaculares de Dios los tenemos visualmente presentes, seguramente con imágenes de cine. Pero no olvidemos que la primera fuerza, el primer hecho prodigioso que Dios acomete para disipar los temores de Moisés, y que tal vez se nos pasa por alto, fue descubrirle una fuerza hasta entonces no considerada por Moisés y ciertamente desconocida para los egipcios, la fraternidad: «¿Acaso no tienes a tu hermano?» (Ex 4, 14).

Descubrir la fuerza de Dios en la fraternidad, descubrir al otro como hermano, fue el primer aliento dado por Dios y la primera misión de Moisés para iniciar el camino de la libertad y fundar sobre ella una economía de vida para todos, algo inimaginable -hoy como ayer- para los grandes de este mundo: «Danos comprender, Señor,que lo nuevo siempre nace pequeño» (Pedro Trigo, o.c.)

Bibliografía

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Norbert Lohfink, Option for the Poor. The basic principle of Liberation Theology in the light of the Bible, Berkeley, CA 1987.

Nicolò Maria Loss, Il tema della povertà dei libri storici e profetici dell'Antico Testamento. Del fatto storico sociale alla sua lettura religiosa, en Evangelizare pauperibus, Atti della XXIV settimana biblica italiana, Brescia 1978, pp. 47-106.

Frédéric Manns, Le Judaïsme. Milieu et Mémoire du Nouveau Testament, Jérusalem 1992, pp. 84-91.

José Luis Sicre, Con los pobres de la tierra. La justicia social en los profetas de Israel, Madrid 1984, pp. 48-83.

Jean Louis Ska, La vita come benedizione, Firmana - Quaderni di Teologia e Pastorale 6 (1994) 29-45.

Documentos de la Iglesia:

Pontificio Consiglio della Giustizia e della Pace, Per una migliore distribuzione della terra, Roma 1997.

Juan Pablo II, Dies Domini, Roma 1998.

NOTES

1 Pedro Trigo, Salmos de vida y fidelidad, Caracas 1988.

2 La versión griega del AT (LXX) utiliza el término ecónomo para referirse a los funcionarios de la casa real e incluso a sus consejeros (cf. 1Re 4, 6; Est 1, 8); como verbo se dice de quien administra lo suyo (cf. Sal 112, 5).

3 Enrique Dusell, L'etica della liberazione, Concilium 20 (1982) 277-293.

4 Gustavo Gutiérrez, Un nuovo tempo della teologia della liberazione, Il Regno-attualità 10/97, 298-315. (Original español en CELAM, El futuro de la reflexión teológica en América Latina, Col. Documentos Celam n. 141, Bogotá 1996).

5 J. M. Keynes, Economic possibilities for our grandchildren, in The collected writings. Essays in Persuasion, vol. IX, London 31972, pp. 329. 330. 331.

6 Cf. Sollicitudo rei socialis, n. 36.

7 ANET, 426 a.

8 San Pablo profundiza (cf. Rm 8, 15): «pues ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abba!, es decir, ¡Padre!». Para la carta a los hebreos (2:15) Cristo ha venido: «para liberar de este modo a todos los que vivían completamente esclavizados por el temor de la muerte».