VIDA DA CONGREGAÇÃO

TESTIGOS PARA EL SIGLO XXI:

Beato Juan María de la Cruz scj

 

Evaristo Martínez de Alegría (HI)

(Nota: O presente artigo está na língua original, espanhol,

por não haver à disposição a tradução em português em tempo hábil).

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“No se puede proyectar el futuro

sin conocer la historia del pasado”

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Recuperar la memoria

Entre los muchos acontecimientos jubilares del año 2000, uno de ellos ha sido realmente significativo, no sólo por el lugar elegido: el Coliseo, en Roma, que evoca tradicionalmente a tantos y tantos mártires que a lo largo de los primeros siglos habrían testimoniado su fe, sino sobre todo por el recuerdo ecuménico de los muchos cristianos que a lo largo del siglo XX, por toda la tierra, han sido testigos de su fe, y de sus consecuencias, ante toda clase de poderes que, generalmente han querido encubrir la persecución y la violencia bajo la capa de desobediencia a las autoridades y regímenes constituidos, y en no pocas ocasiones hasta teóricamente cristianos o de cultura cristiana, provocando el que en algunos casos cristianos han sido eliminados por otros cristianos.

Compromiso eclesial

Como escribe Andrea Riccardi en un sólido y documentado volumen, realizado a través del estudio de las memorias recibidas con motivo de la llamada del Papa con ocasión de la preparación del Jubileo dirigido a las diferentes Iglesias locales, titulado: “Il secolo del martirio” (no creo que exista aún traducción en otras lenguas), y que se lee con interés por parte de los mayores, porque todo lo que en él se señala nos es conocido, a veces con nombres concretos y lugares. Y creo, también por los más jóvenes, para los que es como una llamada de una Iglesia viva y testimonial, la que hoy se necesita, porque parece como si la Iglesia se hubiera olvidado del tema, preocupada por los problemas actuales, la discusión sobre su estructura o sobre el mismo futuro, como señalaba ya en 1966 cuando reproponía el tema del martirio a un cristianismo demasiado cuestionado por la apertura al mundo, el entonces teólogo emergente Von Baltasar. El “mártir” no siempre encuentra publicidad inmediata.

A veces hace falta el paso de una generación para que sus figura emerjan como, probablemente, está pasando con los nuestros de África, y otros muchos a los que los medios de comunicación ponen en el candelero, por lo que son de noticia, y enseguida desaparecen como ha ocurrido en Africa ( zona de los Grandes Lagos en particular), Hispanoamérica o la mismísima Yugoslavia, en los últimos años en la que la bandera étnica y religiosa se han enfrentado sin cuartel, o la guerra sin cuartel que el fundamentalismo islámico está conduciendo en varios frentes, como lo fue Argelia o Timor Este y ahora en las Molucas.

Acaban de ser publicados en este mes de diciembre varios volúmenes de los “Testigos de la fe” recogidos con motivo de la llamada del Papa, objeto de aquella celebración veraniega del Gran Jubileo, como un nuevo Martirologio para el siglo XXI.

Entre nosotros

Escribiendo estas líneas me contaba el benemérito P. Savino Palermo, estudioso de la Iglesia en el Congo, y en particular de nuestra misión en aquellas tierras, en su obra voluminosa: “Pour l’amour de mon peuple”, en la que recoge documentación, testimonios, cartas que hoy sorprenden y emocionan a los mismos sacerdotes y religiosos indígenas que desean encontrarse con las raíces de su identidad cristiana que, uno de nuestros Provinciales, hace muchos años, cuando el que fue Nuncio Apostólico del Congo quiso introducir la Causa de todos los mártires alrededor de la fecha trágica de 1964, a través de su secretario le hizo saber que por qué tenía que meterse en estos asuntos..., que era mejor dejarlo como estaba. Cada lector puede imaginar los motivos de esta falta de compromiso e inusitada respuesta ante este hecho eclesial que tanto conmovió a la Congregación y a la misma Iglesia. Y la beata Anuarite Nengapeta es un testimonio destacado de aquella masacre, hija espiritual de Mons.Wittebols también asesinado con otros muchos religiosos, sacerdotes y laicos, de los que quedan magníficos testimonios que sería necesario recoger, ordenar y conservar, antes de que el paso de los años oscurezca el recuerdo de aquellos testigos en viejas revistas y relatos de aquellos años, en los que el tema político podía tergiversar lo que al final, para muchos de ellos fue una donación de la propia vida a la Iglesia naciente congoleña.

En el Año del Señor 2000

Juan Pablo II al plantear los objetivos del Jubileo para la Iglesia, tuvo muy en cuenta esta parcela ilustre de la Iglesia de los últimos tiempos cuando dice en la Tertio millennio adveniente: “Al finalizar el segundo milenio, la Iglesia es de nuevo Iglesia de mártires. Las persecuciones de que han sido objeto los creyentes - sacerdotes, religiosos y laicos - han realizado una gran siembra de mártires en varias partes del mundo. El testimonio rendido a Cristo hasta el derramamiento de la sangre se ha convertido en patrimonio común de católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes, como ponía de relieve ya Pablo VI en la canonización de los mártires ugandeses.

Es un testimonio que no hay que olvidar. La Iglesia de los primeros tiempos aun teniendo dificultades organizativas notables se ha preocupado para fijar en adecuados martirologios el testimonio de los mártires... En nuestro siglo han vuelto los mártires, frecuentemente desconocidos, casi “militi ignoti” de la gran causa de Dios. En cuanto sea posible su testimonio no debe ser perdido en la Iglesia” (37).

Una memoria entre nosotros

La figura del próximo beato de la Congregación P. Juan María de la Cruz, no ha estado perdida porque en España, especialmente en los lugares en que trabajó pastoral y apostólicamente, siempre quedó un recuerdo y una fama de santidad que pronto movió a la Provincia Española a dar los primeros pasos hacia el Proceso de Beatificación en 1954, a través del entonces Postulador General P. Ceresoli y que llevaría a iniciar el dicho Proceso en Valencia, -diócesis en la que había fallecido asesinado el 23 de agosto de 1936 -, en 1959, hasta la culminación del Proceso, después de la paralización de este tipo de procesos de “mártires de la guerra española” por Pablo VI en 1964, vista la no oportunidad ni política ni religiosa del momento en España, para después reiniciarse con Juan Pablo II, situación a la que se acogió la Causa del P. Juan, pasando a Causa de beatificación como mártir, promovida por el P. Giuseppe Girardi, y que concluirá en este Año Jubilar, para el 2001, el 11 de Marzo, ser beatificado con sus 234 compañeros mártires de Valencia, a los que también ha acompañado en su Proceso, acontecimiento al que se le desea dar un gran relieve en la Iglesia local al asociar sacerdotes, religiosos y laicos que testimoniaron su fe en el ámbito de aquella diócesis.

Son otros muchos de nuestros religiosos de los que se debiera hacer una memoria histórica concreta especialmente los fallecidos a causa de la persecución del nazismo, tanto en Italia con el P. Martino Capelli, (su Causa de Beatificación está en la fase del Proceso diocesano), como en Alemania perseguidos por la “justicia” nazi, como son los quince señalados por el P. B. Bothe en la revista Nova et Vetera 287, 2000.. condenados a cárcel, trabajos forzados, pérdida de derechos civiles, etc. Imaginamos que algo semejante ocurrió, especialmente en Bélgica, Luxemburgo, Holanda (recordemos Indonesia) y de los que sólamente tengo referencias pero no datos concretos de personas y condenas.

Mártires y testigos

Un tema que está pendiente de un estudio más profundo, y acaso con un espacio temporal más largo para tener una visión más objetiva, son nuestros “mártires” de la República del Congo que, visto el modo de proceder con las situaciones de otros países como España o Méjico y las doctrinas referentes al martirio, en estos tiempos en los que nadie quiere hacer mártires. En el fondo lo que subyace es la persecución, no tanto de la fe en cuanto tal sino de las consecuencias de una fe que, cristianamente, obligan o mueven a unas actitudes explícitas o habituales frente al poder o regímenes dictatoriales de izquierdas o derechas, o intereses económicos de todo tipo que, subrepticiamente, hacen la vida imposible hasta llegar a la muerte de sacerdotes, religiosos, catequistas, a quienes salieron en defensa de los más débiles, como ha ocurrido en Hispanoamérica, sobre todo, de campesinos e indígenas, de las mismas libertades cívicas.

El P. Longo, conocido misionero italiano es uno de los que, muerto en el Congo en 1964, su memoria a través del Proceso diocesano se nos conserva mejor, y su Causa está ya en la fase romana en período de estudios. ¿Quién puede decirnos que pasados varios años y salvadas tantas reticencias sociales, políticas y aun eclesiales internas y externas, no podría intentarse un proceso por martirio de todos aquellos cohermanos nuestros, religiosas, etc. de las diócesis de Kisangani y Wamba, caídos en la confusión social, política y aun religiosa de los coletazos de una descolonización sin calendario?

Es una llamada, un desafío, para ir recogiendo en un dossier todo lo referente a todos (suponemos que debe existir una copiosa información en lengua holandesa y flamenca, que sería muy importante traducir, animando a ello a nuestros hermanos jubilados, para cuando llegue el momento oportuno) y cada uno de ellos. Y aunque el proceso vía martirio sea más sencillo si realmente se prueba, no obstante es importante conocer la vida precedente, porque a veces como en el caso del P. Juan María de la Cruz, la vida de cada día es una preparación humilde, sufrida y misteriosa, en la que hay que ir descubriendo valores que, en medio de tanta hojarasca aparente ponen de relieve, a pesar de la niebla que sociopolíticamente se ha querido ver en sus actuaciones o estilo de vida, sobre todo la fe y el amor por su pueblo que han movido a tantos misioneros a compartir la violencia y los sufrimientos y la misma muerte con el pueblo de Dios como lo atestiguan testimonios bien elocuentes, por ejemplo, el de Mons. Wittebols o del P. Longo más conocidos. Y no hay que darle muchas vueltas: “Nadie tiene más amor que el que da la vida por los hermanos”...Ésta creo que es la clave de lectura del sinsentido humano de aquellas muertes y de tantas otras a lo largo del siglo XX, y del porqué la Iglesia, especialmente las Iglesias locales, deben conservar su memoria no sólo en la documentación sino en la vida de las propias comunidades actuales.

Es el testimonio de la primitiva Iglesia alrededor de la tumba de sus mártires, comenzando por la “memoria Petri” en Roma, junto a aquellas otras tumbas más ricas, en general de libertos, que bordeaban la calzada romana al lado del circo de Nerón y que conducía hacia la Aurelia..., la que nos habla de cómo se mantuvo una memoria fiel de Pedro, testigo, padre y pastor de la comunidad romana.

El testimonio en la Guerra Civil española

Riccardi en la introducción de su obra señala, lo que también puede afirmarse de los mártires de la Guerra Civil española: “ es como una pintura al fresco que presenta gente humilde, no violenta, perseguida, que padece la muerte porque es cristiana. Se trata innegablemente de un mundo de débiles y vencidos. La historia de sus asesinatos es la de su debilidad y de su derrota. Sin embargo, precisamente en estas condiciones de extrema debilidad estos cristianos han manifestado una fuerza peculiar de carácter espiritual y moral: no han renunciado a la fe, a sus propias convicciones, al servicio de los demás, a la Iglesia por salvar la propia vida y asegurarse la supervivencia. Esta es una realidad de la historia del Cristianismo.

Hojeando la realidad de aquellos años

Para comprender la figura y el martirio del P. Juan María de la Cruz es fundamental el dar unas pinceladas acerca de la realidad religiosa, social, política y económica de España en aquellos años del siglo XX en que, desgarrada en las llamadas “Dos Españas”, iba a dar al mundo una sangrienta y fratricida llamada de atención, a través de una guerra civil, en la que se vieron envueltos prácticamente todos los países, como anticipo de la II Guerra Mundial , y de la que para algunos fue “laboratorio de pruebas” (Nazismo, fascismo y comunismo) y para otros lucha por la democracia entendida de modo diferente por los países de gobierno de Frente Popular o liberales, siempre teniendo en cuenta la fuerza de los socialismos, del anarquismo, y del comunismo emergente de la III Internacional dirigido y controlado desde la Rusia soviética, en el mundo obrero y campesino de toda Europa.

Los medios de comunicación hicieron que nadie pudiera quedarse al margen de la contienda en todo el mundo. Una incipiente globalización de las noticias que llevó el horror de aquella tragedia a periódicos, revistas, cine y radio. Y como consecuencia apoyos y valoraciones extremistas.

El camino hacia las dos Españas

Los números de aquella tragedia vivida por la Iglesia en la “católica” España son sorprendente y estremecedores. Los datos que ofrecemos provienen de una tesis doctoral, después convertida en libro: “Historia de la persecución religiosa en España, 1936-1939”, de A. Montero Moreno, pueden tener algunas variantes al ser escrito en 1960 pero, de poca envergadura para revelar la magnitud de los asesinatos: de los 6.832 muertos, 4.184 pertenecen al clero secular, incluidos 12 obispos y un administrador apostólico y seminaristas; 2.365 son religiosos y 283 religiosas. Sobre el número de seglares asesinados por su condición de cristianos y motivos religiosos no es posible ofrecer ni cifras aproximativas, porque no hay estadísticas fiables, pero debieron ser varios millares de todas las condiciones sociales, hasta gitanos, de los cuales uno ha sido ya beatificado, siendo el primero de esta raza o etnia todavía marginada.

El desasosiego general, la inquietud social y política, la situación religiosa hunden sus raíces en la historia más reciente del XIX, al liquidarse el imperio colonial y con él el recuerdo de una España que contaba en Europa y en América. A nivel espiritual el español de entonces se situaba entre la sensación de fracaso, del “tanto vales cuanto pruebas”, y se tenía muy poco que ofrecer ante Inglaterra, Francia o Alemania, o los mismos Estados Unidos con los que se había enfrentado en América y Filipinas, y la de “un borrón y cuenta nueva” del regeneracionismo en todos los frentes que, sorprendentemente en el aspecto literario, artístico y filosófico producirá frutos excelentes.

En lo social y económico se vivirá una situación prácticamente colonial con respecto a Europa que, a través de la Banca, manejaba la exportación de materias primas agrícolas y mineras y la lenta industrialización del país con la participación del capital español, de escasa capacidad empresarial y menos del riesgo que ello supone.

Sólo la Primera Guerra Mundial va a permitir un periodo de mejoría económico al ser un país neutral y poder vender a unos y otros combatientes. La misma crisis de 1929 también tendrá sus repercusiones económicas y sociales en el país, poco antes de proclamarse la República el 14 de abril de 1931, empeorando la situación general.

Va a hacerse más patente el enfrentamiento de situaciones de Antiguo Régimen, todavía presentes en lo social, y la toma de conciencia de las masas obreras y campesinas de sus derechos sociales y políticos conducidos al radicalismo por las dos grandes corrientes del socialismo y anarquismo frente al poder del dinero de una burguesía liberal que capitalizaba la incipiente industrialización, dependiente en gran parte de capitales extranjeros, y la formación de núcleos obreros que, junto a los campesinos de la mayor parte de España, un país rural y con alto grado de analfabetismo, van a mantener sus reivindicaciones sociales de una vida más justa y digna con periódicas violencias hasta el estallido final del polvorín de 1936.

El peso del ejército, abultado en sus mandos, va a ser una constante en estos años, especialmente en la que se conocerá “Guerra de Africa”, en el llamado Protectorado (zona norte del actual Marruecos) reconocido como zona de expansión colonial por las potencias europeas. Una guerra no querida por el pueblo que es quien ponía los soldados, y que provocaría, entre otras revueltas, la llamada “Semana Trágica” (1909) en Barcelona, un antecedente de lo que iba a suceder años después en la misma ciudad. Una actuación llena de actuaciones ineficaces y sangrientas, a la defensa de intereses económicos de las grandes familias y empresas y de los propios mandos, tal como lo sentía el soldado llamado a las armas y el pueblo. Con la pacificación ya tardía iba a aparecer una gran parte de oficiales llamados “africanos”, unas tropas disciplinadas, que en la Guerra Civil apoyarían el levantamiento del general Franco, eficiente y condecorado militar africanista.

En 1934, desde el Gobierno, reprimirá violentamente la revolución en Asturias, zona minera socialmente crispada, que también tomará como uno de sus objetivos a combatir la presencia de los curas y de la Iglesia, con atrocidades que son leyenda para los años sucesivos, y advertencia de lo que puede pasar para muchos, preparando una difusa actitud martirial en muchos sectores eclesiásticos.

Ejército, Banca e Iglesia, van a ser los objetivos a destruir preconizados desde la lucha social, atizada por sindicatos y partidos de ascendencia marxista o anarquista.

Al no haber existido una reforma agraria, ni siquiera favorecida por la desamortización, grandes áreas de la Península estaban en manos de la nobleza o gran burguesía, lo que provocaba un campesinado obrero mal pagado y saltuario, campo abonado especialmente desde el anarquismo, para toda clase de violencias y desmanes ante la falta de sensibilidad social de una y otra. Y por otra parte, en otras regiones, como puede ser en Castilla o norte de España el minifundio tampoco ofrecía mucho espacio ante una agricultura tradicional de escasas cosechas y climas extremados, como es el caso de la zona y pueblo donde nace y vive en digna pobreza nuestro P. Juan María de la Cruz, en una familia campesina de muchos hijos, muchas virtudes y poco dinero, siempre con los interrogantes del tiempo, semillas, escasas cosechas y mercado, en las parameras abulenses.

Una Iglesia descolocada

La Iglesia en España llevaba a las espaldas una tradición de fuerza, prestigio y preeminencia social, que le iba a pesar como una losa a la hora de cruzar el dintel de la modernidad en el aspecto intelectual, pues los seminarios eran de lo más clásico dentro de la renovación de León XIII, en los que la formación recibida, normalmente, no era para dar respuestas al mundo que se estaba forjando intelectual, social, económica y religiosamente. De los seminarios salían, en general, buenos y piadosos sacerdotes, hasta bien formados en la neoescolastica al uso y en una mentalidad ritualista y conservadora, capaces de compartir con sus feligreses una vida de oscura pobreza y de tradiciones religiosas que abrían, en la práctica de cada día, una puerta a la esperanza y a ser buena gente evitando todo enfrentamiento. No era una educación para un liderazgo en las cuestiones sociales tan necesarias, aunque no faltaron excelentes promotores de cooperativas, asociaciones, sindicatos, etc. siguiendo las llamadas de la Rerum Novarum que, también en España y en parte de su clero y seglares, tuvieron su eco, sin apostar por un verdadero cambio social, desde los derechos de obreros y campesinos, a pesar de lo mucho que se hizo en este sector socioeconómico.

Era un clero pobre, de ascendencia sobre todo campesina o de baja burguesía, que vivía de la pequeña ayuda del Estado, tan pobre y necesitado como el mundo obrero. Su relación con las altas esferas del poder, con la nobleza por parte de algunos y con la burguesía o terratenientes de los pueblos, hicieron que la animosidad tradicional y anticlerical hacia la Iglesia, atizada por los dirigentes de partidos y sindicatos, los convirtiera en la causa o factores de todos los males de la sociedad española, a la que el opio de la religión según los clásicos marxistas, había adormecido e impedido la consecución de una sociedad más fraterna, igualitaria, solidaria y abierta a la modernidad como estaba sucediendo en Europa.

Todo esto lo resume Vicente Cárcel Ortí en la presentación que hace del problema en la Positio super martyrio, (común para varias causas) escribiendo sobre “La persecución religiosa en España y Valencia”: “las dos grandes acusaciones lanzadas contra la Iglesia -ingente poder económico y escaso sentido social - penetraron en las conciencias de las masas populares, instigadas por el anticlericalismo ciego y violento. En 1931 (al proclamarse la República) no habían cesado los enfrentamientos ideológicos y un elevado número de sacerdotes y religiosos seguía impregnado de la intransigencia socio-política religiosa, que durante muchos decenios difundió El Siglo Futuro, leído en casi todas las parroquias, seminarios y conventos. Este diario dirigido en su época de mayor esplendor por Nocedal, máximo exponente del integrismo hispano, había provocado graves polémicas intraeclesiales.

A estas dos acusaciones lanzadas por los anticlericales e incluso por los políticos moderados y de derechas contra la Iglesia, se debe responder que ambas eran en 1931 en parte exageradas y en parte pretextuosas. La riqueza de la Iglesia estaba en los tesoros artísticos de sus templos y en su patrimonio documental conservado en archivos diocesanos y parroquiales, en monasterios y conventos. Pero el clero vivía en la miseria...”

Los intelectuales anticlericales ya antes habían ido realizando toda una campaña contra la enseñanza de la Iglesia y su presencia en tantos sectores de la vida civil. Y el anticlericalismo del pueblo, ya antes de la gran explosión de julio de 1936, había ofrecido muchas muestras de cómo iba a ser tratada la Iglesia en el futuro que se avecinaba, de las que los desmanes de incendios de iglesias y conventos, asesinatos de sacerdotes y religiosos en las jornadas de la proclamación de la República y la revolución de Asturias en 1934 son un presagio fatal, especialmente después de las elecciones de febrero del 1936 que dieron la victoria al Frente Popular que, con sus desmanes y parcialidad, dejaron las calles a los grupos más radicales de izquierdas y derechas y con ellos la inseguridad, la violencia y los asesinatos, de los que el del teniente Castillo y del diputado Calvo Sotelo encendieron la mecha de una bomba largamente preparada: el 18 de julio de 1936. Y lo que un principio pareció uno de tantos pronunciamientos militares, “en nombre de la República”, pronto adquirió para unos el tinte de “cruzada”y para otros de la salvaguardia de la “legalidad republicana”, con las consecuencias de una guerra civil, en la que una parte consideró a la Iglesia, como institución y en sus miembros, como gran culpable y que había eliminar.

Cuando los Obispos españoles escriben su famosa Pastoral Colectiva en julio de 1937, el clero sacrificado alcanzaba la cifra de 6500, sigue diciendo Vicente Ortí, “Por ello, puede afirmarse que hubo 6500 mártires, no en tres años, sino en menos de uno, con una España dividida en dos mitades desiguales y la perspectiva de una guerra todavía larga, tenían que suscitar en los obispos el temor de una total aniquilación de la Iglesia en la España que llamaban roja. No debe subestimarse el impacto que tuvo en la opinión pública mundial en que, después de ella y hasta el final de la guerra, veintiún meses más tarde, ya no fueron sacrificadas sino 332 víctimas más, las más de ellas en 1937. El corte es neto”. Por tanto es la situación la que provoca la Carta y el acercarse de los obispos hacia uno de los bandos en conflicto, no al revés como muchos han pensado y escrito, de la que el posterior nacionalcatolicismo será la consecuencia.

G. Jackson en su obra La República española y la Guerra civil 1931-1939 escribirá: los tres primeros meses fueron el período de máximo terror en la zona republicana. Las pasiones republicanas estaban en su cenit y la autoridad del Gobierno en su nadir...Los sacerdotes ... fueron las principales víctimas del gansterismo puro”.

Y H. Thomas en La Guerra Civil española dice también: “posiblemente en ninguna época de la historia de Europa, y posiblemente del mundo, se ha manifestado un odio tan apasionado contra la religión y cuanto con ella se encuentra relacionado”.

Dos textos precisos de historiadores ajenos a la contienda pero excelentes hispanistas.

Y es interesante el releer algunas consignas que da el diario Solidaridad Obrera en su número del 15 de agosto de 1936, recogidas también por D. Vicente Ortí para la Positio super martirio : “Hay que extirpar a esa gente. La Iglesia ha de ser arrancada de cuajo de nuestro suelo... Tratándose de sacerdotes ni piedad ni prisioneros: matarlos a todos sin remisión. Ya sabéis que tenemos orden de matar a todos los que lleven sotana...Tenemos orden de matar a todos los obispos, a todos los curas y a todos los frailes”. Y cuando alguien sobresalía, por bondad y generosidad, la consigna era: “Ya os ordenamos matarlos a todos, y los que tenéis como mejores y más santos, los primeros”.

Sobran los comentarios.

Un santo al azar

Esta introducción, como puerta abierta al mundo en que vivió nuestro P. Juan María de la Cruz, me ha parecido que sea imprescindible para, brevemente, conocer las circunstancias que rodean toda una vida y el ambiente, vivido lejos de aquella epopeya cristiana que hoy intentamos rememorar con unas pinceladas sueltas. Son interesantes para poder captar aquella situación el leer los testimonios del Proceso, generalmente de personas sencillas, sacerdotes, religiosos, para darse cuenta de la situación, del ambiente en que se habían movido, el entorno religioso de aquellos testigos cuya memoria queremos recordar, y en especial de un niño, seminarista, párroco, religioso, pastor de almas que, en la historia de la Iglesia, de nuestra Congregación hubiera pasado a pesar de su fama de buena persona, rezador, excelente religioso, como otros muchos innumerables sin dejar otro rastro que el inmediato y el posterior del Necrologio.

Caminos a recorrer

San Esteban de los Patos, es un pequeño lugar cerca de la ciudad de Ávila, sencillo y pobre, de pequeños propietarios labradores, y de una religiosidad tradicional, austera como la paramera azotada por todos los fríos y vientos que la recorren, como lo serán también los demás pueblos en los que el P. Juan María de la Cruz ejercerá su ministerio.

Nace en una familia que será numerosa, él será el primero de los hermanos, el día 25 de septiembre de 1891, siendo dos días después bautizado.

Junto a sus padres y familia recibe una educación cristiana sencilla y sólida. El cuidado de la iglesia por parte de la familia y el dirigir los rezos de la pequeña comunidad cristiana, fueron la cuna de la primera llamada del Señor, como la de tantos nuestros religiosos de aquellos primeros tiempos.

El párroco descubrirá también el eco de esta llamada y lo preparará para el ingreso en el seminario de la diócesis, en la ciudad de Ávila, primero como alumno externo, y después para los estudios de Filosofía y Teología interno. Un camino del todo normal.

Los seminarios de aquel entonces en España vivían dentro del clima intelectual de la neoescolástica en boga. Normalmente muy cerrados en sí mismos con respecto al mundo que se estaba gestando en el propio país, en Europa, y dentro de unas bases tradicionalistas muy fuertes como señalábamos anteriormente. Un ambiente de piedad devocional profunda y una liturgia rubricista más cercana al Misterio que a la Palabra, todo ello adecuado a una futura pastoral de mantenimiento más que de renovación.

Los datos que tenemos de su paso por el seminario son de una piedad excelente, puesto como ejemplo a los compañeros, sin ser un amigo extraño, al contrario, y un muy buen y despierto estudiante de inmejorables calificaciones académicas. Es decir, con todo lo necesario para que el 18 de marzo de 1916 tuviera todas las puertas abiertas para ser ordenado sacerdote en Ávila por Mons. Joaquín Beltrán y Asensio.

Un cura que llamaban santo y religioso en ciernes

Ser cura, durante diez años (1916-1926) en aquellos pueblos: Hernansancho, S. Juan de la Encinilla, Santo Tomé de Zabarcos , Sotillo de las Palomas y pequeños anejos era realizar un ministerio comprometido con la pobreza de sus feligreses y la dureza de una situación religiosa excesivamente tradicional y, en muchos casos, de un alejamiento cordial de la Iglesia, no tanto de las prácticas, al situarnos en una zona como Ávila “tradicionalmente católica”, con un anticlericalismo a veces latente de viejos y, en ocasiones, de no infundados recuerdos.

D. Mariano García, como se le conocía entonces, fue un buen sacerdote, de aquellos que al paso de los tiempos se les recuerda con gozo con el calificativo de “era un santo”, porque desde el ejemplo iba siempre por delante de sus fieles en la oración, especialmente delante del Santísimo, día y noche, en iglesias muchos días bajo cero; en su caridad y generosidad ardiente para con los pobres y cuantos acudían a su puerta; en la atención constante a los enfermos; en su lucha contra la blasfemia (un mal muy frecuente en aquella sociedad campesina) y un largo etcétera que se recogen en los testigos del primer Proceso. La devoción a María, que será permanente en sus predicaciones e ingenuos escritos (escasos y muchos no muy personales al tratarse homilías y sermones en los que era agradable y elocuente ); el interés por la catequesis de niños y adultos dejaron huella de este buen cura entre sus feligreses que, al conocer la noticia de su muerte, todos creyeron que fue un mártir suyo, que les pertenecía.

En el camino abierto de la búsqueda vocacional se da una constante también en la vida del P. Juan. Siente la llamada y como Samuel no sabe discernir exactamente de dónde viene y a dónde va. Personalidad recia y austera, desde seminarista se pregunta si el camino es el del servicio a Dios en la vida de convento o en monasterio, o el de seguir al Señor en una vocación apostólica de sacerdote diocesano como intuyera desde niño.

Por tres veces va a vivir en su interior esta tensión interior e iniciará la experiencia. Una primera será siendo seminarista con los PP. Dominicos de Santo Tomás de Ávila (1913-1914), la siguiente con los PP. Carmelitas en Larrea-Amorebieta (Vizcaya), siendo ya párroco y habiendo hecho un año de capellán de los HH. de la Salle en Nanclares de Oca (Álava) precedentemente. Y una tercera, siendo ya religioso Dehoniano, con los Trapenses de Cóbreces (Santander) con el parecer de sus Superiores y Director espiritual.

Siempre será la misma respuesta: “Por motivos de salud, no es apto para este tipo de vida religiosa”. Nunca fue un hombre sano a toda prueba: el estómago, los nervios y otros achaques, además del poco cuidado de sí mismo y las continuas mortificaciones, hasta con el uso de disciplinas y cilicios, hicieron imposible su aceptación por estas Órdenes que en aquellos tiempos, como toda vida religiosa, a niveles ascéticos eran muy rigurosas.

Tras las huellas del P. Dehon

Los caminos de Dios le llevaron a encontrarse en 1925, en Madrid, en la capilla de las religiosas Reparadoras donde acudía a hacer su adoración, una de sus tonalidades eucarísticas, con los PP. Guillermo Zicke (fundador de la Congregación en España, ex misionero alemán expulsado del Camerún en la Primera Guerra Mundial), y el P. José Goebbels (que tanta parte tuvo en la fundación de la Provincia Italiana, enviado por el P. Dehon a colaborar con el P. Zicke, y que será su maestro de noviciado).

Los ideales de amor, reparación, oblación y la tonalidad eucarística de la nueva Congregación le mueven a iniciar una nueva prueba en Novelda (Alicante) donde todavía hoy subsiste el único colegio de los fundados en tiempo del P. Dehon.

El día de Cristo Rey (31 de octubre de 1926), hace su Profesión Religiosa en la Congregación que le ha abierto sus puertas y ha orientado su vida a unir su vida con el Corazón de Jesús, y junto con Él en ofrenda permanente al Padre, hacer una cumplida reparación para que su “Corazón reine en las almas y en las sociedades”, como repetía el P. Dehon siempre, y que había fallecido un año antes.

Un año después del noviciado el P. Juan María de la Cruz, el nuevo nombre que toma, de resonancias marianas y carmelitanas abulenses, su superior y director espiritual el P. Zicke, lo va a llevar consigo a Puente la Reina, viejo y destartalado convento de la Orden de Malta en el Camino de Santiago, que se iba adaptando para Escuela Apostólica y en la que el P. Dehon había depositado tantas esperanzas.

Pobreza digna, y necesidades tantas, en aquel 1927 en que el P. Juan vuelve a Puente.

Y un apretón de tuerca en su camino. Su superior y director, que conocía y valoraba las cualidades escondidas detrás de una personalidad religiosa ascética y humana, le va a llevar a comprometerlo en una tarea totalmente alejada de sus ideales monásticos: Ser la despensa de aquel seminario tan necesitado, y promotor vocacional en sus correrías por el País Vasco y Navarra, que dentro de la España que se estaba gestando eran unas islas de catolicismo tradicional y comprometido. Había que buscar colaboradores seglares para llevar adelante esta obra, como repetidamente indicaba en su correspondencia el P. Dehon al P. Zicke, siempre corto de dinero y lleno de proyectos.

No es extraño que el P. Juan intentara aún una tercera experiencia con los Trapenses..

La respuesta al intento ya la conocemos: físicamente no responde.

Peregrino “por el amor de Dios”

Y comienza su tarea de nuevo: recorrer caminos, carreteras, conocer autobuses, trenes y tantas posadas, fondas, etc. Casas religiosas, parroquias, como punto de partida para establecer contactos con unos y otros y recabar fondos y amistades para su “Escuela Apostólica”,” por el amor de Dios”, durante quince días, veinte, un mes, para volver todos los Primeros Viernes y hacer su retiro con la Comunidad, como entonces era costumbre.

Los testimonios son siempre hermosos y los recuerdos quedan de “aquel Padre vuestro que era un santo” por parte de los seglares, amigos y colaboradores; de los religiosos y religiosas que lo tuvieron como huésped en sus casas, donde dejó siempre huella de hombre de oración, servicial y humilde. Dotado para la predicación siempre estaba dispuesto a hacerlo si era necesario, y su amor por la Eucaristía le llevaron a ser un propagador de la obra de la Adoración Perpetua, y a hablar siempre del Amor Misericordioso. La espiritualidad mariana era otro de sus grandes amores, y la vida siempre itinerante de estos años le permitía visitar sus santuarios y después contar y animar con ello a sus seminaristas.

Su permanencia en la Comunidad solía ser breve pero fecunda puesto que, además de ser un ejemplo por su vida de oración: celda o capilla, con su buena formación seminarística clásica e inteligencia despierta, destacaba en los encuentros comunitarios de estudio de moral o dogma, como entonces se hacía. Largas citas de los Padres de memoria son el recuerdo de sus compañeros, de estos encuentros.

En cambio con los seminaristas atestiguan que no lograba hacerse con ellos, demasiado vivos para un hombre como él pero que, por otra parte lo buscaban para paseos o recreaciones, ya que era agradable en el narrar cosas de su ajetreada vida y experiencia y tenerlos entretenidos. Algunos recuerdan cómo era largo en la celebración de la Misa, especialmente en la Consagración de tal modo que, como Felipe Neri, a veces les invitaba a sentarse o a dejarlo a solas con su Señor.

En medio de la tormenta

Al proclamarse la República en España, como señalábamos anteriormente, la situación se fue enrareciendo cada año más y en todas las partes, aun en las tradicionalmente católicas. La legislación se iba haciendo cada vez más anticlerical y opresiva por lo que se fue creando un ambiente pesante de amenaza de guerra civil y violencia. En este mundo también el P. Juan tuvo que vivir y formar parte de él, que siempre “estaba en la calle”, es decir en contacto con la gente y los periódicos e ir adquiriendo lentamente la conciencia de un posible martirio, del que aquellos años (1931- 1936) habían dado numerosas muestras. Muchas de sus reacciones ante la blasfemia, la obscenidad ambiental explican su celo por la gloria de Dios y de su casa -que muchas personas han recordado en su Proceso- y su ningún miedo a las consecuencias.

Merece la pena recordar el camino que hacia el martirio, iluminando las circunstancias por el Espíritu, se iba modelando en su interior:

“Había sucedido que un hijo de mi abuela -señala uno de los testigos de Puente-, religioso capuchino misionero en China, había sido hecho prisionero por los comunistas. Enterado del disgusto de mi abuela, al Siervo de Dios le faltó tiempo para ir a su casa para animarla y consolarla y recuerdo que sus palabras fueron de felicitación, siendo más o menos éstas: “Su hijo es un mártir. ¡Oh!, ojalá yo tuviese la misma suerte de ser perseguido y morir por Cristo”...

Visitando la familia, a su madre, hermano y cuñada ya en 1936 dirá: “Mira, Víctor, ¡feliz el que tenga la suerte de derramar la sangre por nuestro Señor!”, esta aspiración será la que comience el Decreto sobre el Martirio, con fecha del 20 de Diciembre del 2000 y que le abre las puertas a la beatificación.

Los caminos de Dios

Las fatigas de su trabajo, su mala salud y las preocupaciones de sus superiores van a explicar la peripecia humana del P. Juan, detrás están los caminos del Señor, “que no son nuestros caminos”.

Al finalizar el curso 1935-36 es enviado a reponerse a la Serranía de Cuenca, al santuario de Ntra. Sra. de Tejeda. Lugar espléndido, escondido y silencioso, para recuperar las fuerzas maltrechas y la serenidad del espíritu.

Un mes largo en que se va percibiendo la tragedia a través del rostro de aquellos campesinos: primero acogedores después reticentes, días en los que como señala el P. Lorenzo Cantó el superior de aquella minicomunidad (también testigo en Méjico y en Valencia), el P. Juan traía a la conversación frecuentemente el tema del martirio y sin dejar de testimoniar su celo hasta el ir a celebrar a una parroquia donde el sacerdote se había dado ya a la fuga, o en llamar la atención a algún trabajador blasfemo encallecido.

El 18 de Julio comienza la guerra civil con todos los precedentes y consecuencias que hemos puesto de relieve en las primeras páginas. A los del santuario de Garaballa les tocar salir huyendo en direcciones opuestas. Y al P. Juan, “disfrazado de paisano”, con una chaqueta fuera de medida, que le valdrá el sobrenombre de “P. Chaquetón” en la cárcel, se le abre el camino hacia Valencia, ciudad en la que desconocido, en casa de colaboradores de la Congregación, pudiera pasar desapercibido.

Un cristiano coherente hasta el final

Habían pasado cinco días de la sublevación militar. No tuvo ni tiempo de establecer contacto. Al encaminarse hacia aquella dirección se tropezó con uno de los tantos incendios de iglesias que oscurecían el cielo azul mediterráneo de Valencia. Espectador, como tantos otros, de la barbarie artística y religiosa no pudo menos de decir en voz alta que aquello era una barbaridad, un crimen, un sacrilegio. A lo que al pedirle explicaciones acusándolo de ser de derechas, respondió sencilla y llanamente que era un sacerdote, tal como se recoge de la conversación tenida entre él y un abogado compañero suyo de cárcel, maravillado de que una persona pudiera ser tan ingenua o tuviera tanto coraje.

Cárcel Modelo de Valencia. Cuarta galería, celda 476. Días finales de julio hasta el 23 de agosto de 1936. Sacerdotes, religiosos, seglares, gente de derechas se acumulaban entre celdas, patios y galerías, esperando procesos innecesarios para salir una gran parte con la promesa de “libertad”, hacia la muerte.

Se puede imaginar la tensión interior de los detenidos y la violencia de los carceleros en estos primeros meses de la guerra. Y con ello la presencia y testimonio, como los antiguos mártires de tantos cristianos de todo tipo, que organizaban su vida, pese a centinelas y carceleros, burlones y amenazadores, como una comunidad cristiana y ferviente. El P. Juanito, también como lo llamaban, pues físicamente era muy poca cosa, era uno de los más activos, de tal forma que como recuerda uno de los testigos supervivientes: “Recuerdo haberlo visto todos los días en el patio de la cárcel rezar con su libro de oraciones, durante una hora y media. Se le veía tanto rezar que alguno decía: Algún día al P. Chaquetón lo matarán como a un pajarito”.

Personalmente tenemos un documento precioso, para darnos cuenta de cómo estaba viviendo esta experiencia martirial. Es la agenda encontrada entre sus restos, agujereada por las balas, donde se encuentra detallado el horario de la cárcel y ajustado a él todos los actos de la vida comunitaria. Sabemos que hasta trazó un vía crucis en la celda, que a punto estuvo de costarle la celda de castigo, como lo cuenta un fontanero que le salvó de ella. Un día en el que tuvo la suerte de tener todo el día el Santísimo con él, afirman sus compañeros que fue realmente gozoso de adoración y de retiro.

A Mons. Philippe, al que felicitaba con motivo de su onomástico, le dice pocos días antes de su muerte: “Aquí me tiene, Reverendísimo Padre, detenido desde hace casi tres semanas, con ocasión de proferir algunas frases de protesta por el horrendo espectáculo de las iglesias quemadas y profanadas. ¡Dios sea bendito! ¡Hágase en todo su divina voluntad! Me alegro mucho de poder sufrir algo por Él, que tanto sufrió por mí, pobre pecador”. No hubo proceso pero sí esta declaración firmada.

Sin juicio previo, en la noche del 23 de agosto de 1936, sin más acusación que la de ser sacerdote y no ocultarlo ni fuera ni dentro de la cárcel, al P. Juan María de la Cruz bajo la consigna de “Libertad” lo llaman una noche estrellada, recia de calores valencianos, a salir de su celda. Recoge unos pocos enseres pero enseguida se da cuenta que la libertad adquiere otro sentido, el de las puertas abiertas hacia la muerte liberadora de esta carne de corrupción y de muerte, camino nuevo hacia el encuentro con el Señor, con todos sus santos y con todos aquellos mártires que, con tanto fervor veneraba en su visita a Roma en 1927, y de los que no sabemos si, en aquel entonces, tuvo ya la percepción de que un día iba a acompañarles.

Campos de Silla, entre olivos como un nuevo Getsemaní, diez cuerpos tendidos esperan la resurrección de la carne. A las primeras horas del día, con todos los requisitos legales serán sepultados en el cementerio municipal en una fosa común sin nombre, sólo en el recuerdo del juez y del sepulturero.

En 1940 se procederá al reconocimiento de los restos, con la muda presencia de la cruz de profesión, el escapulario y la agenda, para trasladarlos a Puente la Reina donde entre los seminaristas de aquella casa ha sido testigo callado y fiel de una vida entregada y generosa y que, ahora, la Iglesia propone como modelo e intercesor para la Congregación especialmente, y a las Iglesias particulares donde él manifestó su vida como “alter Christus” en la Beatificación.

El Papa nos ha dicho repetidamente que, el siglo XXI, no tendrá mucha necesidad de predicadores pero sí de testigos. Es lo que se pretende también al recuperar la memoria de muchos de estos mártires en el gran holocausto del siglo XX de los que nuestra Congregación ha sido igualmente madre fecunda a lo largo del mismo.

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- P.S. -

Il Superiore generale, con lettera del 18 dicembre 2000, esprimeva la sua gioia per la beatificazione del p. Giovanni García Méndez, il “primo Beato SCJ”, il nostro “Protomartire”. E soggiungeva: “Avere un confratello santo non deve essere motivo di vanto, bensì il riconoscimento che si tratta di una grazia speciale del Sacro Cuore per tutta la nostra Famiglia dehoniana. Un regalo che, per noi, viene ad incoronare questo anno giubilare, porta sacra del nuovo millennio. È un dono che suscita in noi sentimenti di gratitudine e lode al Signore.

Questo momento di grazia possa ravvivare in tutta la Famiglia dehoniana, principalmente tra gli SCJ, la coscienza della chiamata universale alla santità (cf. LG 39-40), e l’importanza di mettere al centro della nostra vita quella spiritualità forte e solida che caratterizza il carisma della vocazione dehoniana. Questa è l’eredità comune trasmessa dal p. Dehon, fondamento di tutto quello che possiamo essere e fare per il “Regno del Cuore di Gesù nelle anime e nelle società”.

Come Direttivo generale proponiamo che il nostro caro Beato venga ad occupare uno spazio importante nelle nostre Comunità, Distretti, Regioni e Province. A questo scopo saranno inviati alcuni sussidi per conoscere la sua storia, apprezzare la sua personalità e imitare la sua testimonianza.

In realtà il martirio fu solo il punto più alto di una vita completamente unita alla persona di Cristo e della sua oblazione riparatrice.

Approfitto dell’occasione, conclude il p. Bressanelli, anche per invitare tutti … a recuperare la memoria storica di quelle figure significative di sorelle e fratelli nostri che possono essere modelli e stimolo per vivere con maggior intensità la vocazione e la missione che abbiamo nella Chiesa e nel Mondo di oggi, come già alcune Province stanno facendo.

Che questo avvenimento venga … a fortificare la nostra capacità di amore e di servizio per tutti.

Intercedano per questo Maria, il Beato Giovanni Maria della Croce e il nostro Fondatore” (p. Virginio D. Bressanelli, superiore generale).