DOSSIER CENTRALE
PROFETI DELL’AMORE
E SERVITORI DELLA RICONCILIAZIONE

Para evitar la guerra, Edificar la paz

José Maria Arnaiz, sm

Después del ataque terrorista a las Torres gemelas de New York y al Pentágono y el comienzo de la guerra en Afganistán se impone una reflexión nueva sobre la paz y la guerra. En esta reflexión hay que partir del evangelio y llegar hasta el hecho concreto de una guerra en curso, pasar por la injusticia para dar con las raíces de la violencia que está en su origen y terminar en la paz.

Algunos están acostumbrados a ver las guerras lejos, en película, en los libros; como espectáculos trágicos pero lejanos y ajenos. Otros viven en guerra, es el caso de Afganistán. Para bastantes, y entre ellos me incluyo, esta guerra es “nuestra” y de una envergadura única. Me ha implicado, me está produciendo preocupación y a ratos angustia como ninguna otra. En ella me siento responsable y sobre ella opino, hablo, propongo. Ha entrado como pocos acontecimientos mundiales en mi oración, en mi vida comunitaria, en mi trabajo, en la celebración del sacramento de la reconciliación y de la eucarística y así estoy descubriendo que tengo que renovar el empeño por la justicia y el diálogo, la solidaridad y la paz. He descubierto, también, con esta ocasión que la agresividad está en mi y la injusticia me toca de cerca y el miedo no me falta.

Cuando los grandes ideales, las grandes palabras, los grandes relatos y utopías se hunden o se desdibujan arrasados por la prisa o por huracanes como la globalización o el neoliberalismo se hace apremiante la presencia de personas que digan algo distinto y que pronuncien palabras como “guerra” o “paz” de una manera diferente y que vivan esas realidades con un nuevo horizonte. Eso querría hacer en esta conferencia. La Vida Consagrada (VC) tiene que ser un grito de protesta y de esperanza contra toda agresión a la vida y a la búsqueda de la reconciliación y la solidaridad.

En nuestros días la humanidad podría vivir “un momento estelar”; para que eso ocurra debemos abrirnos a un nuevo orden mundial de rostro humano y solidario. Al decir esto no querría aparecer como voluntarista ni utópico. Querría ser coherente con la fe que actúa por la caridad y se muestra en la esperanza. Este momento será posible si dejamos que afloren en nosotros las dimensiones de humanidad auténtica de que somos capaces más allá de las diferencias de raza, religión, cultura e ideología.

La guerra en nuestra historia y en nuestra vida

Casi todos tenemos una experiencia personal de la guerra. Es importante evocarla sobre todo en “tiempos de guerra” y situarse adecuadamente frente a la que estamos viviendo ahora. Voy a contar mi historia y ayudar elaborar la de los demás.

- Soy hijo de la guerra civil española como bastantes españoles. Nací durante esa guerra y dos meses antes que mi padre muriera en ella. Los “nacionales” le hacen desaparecer por la única razón de que era republicano. Desde entonces en mi familia se comenzó a hablar de los “enemigos”. Se me explicó esta historia cuando tenía 11 años y aquel 27 de septiembre de 1949, al saber todo, fue especialmente triste para mi. Y fue más triste aún cuando me contaron tres años después que la denuncia que se hizo de mi padre, que asistía diariamente a misa, había venido de un sacerdote. Por todo ello llevo en la sangre una espontánea reacción contra la guerra y en el corazón y en la mente la experiencia de que la reconciliación es posible pero es difícil y exigente.

- He vivido “la guerra” en Chile durante 17 años; sobre todo los cinco primeros fue muy dura. Pero fue siempre guerra “sucia” aunque el gobierno la llamaba guerra “limpia” y guerra justa. El 11 de septiembre de 1973 la junta militar de Chile anunció que exterminaría a todos los que pensaran como los comunistas y que usaría todos los medios para erradicar los partidarios del gobierno anterior (Salvador Allende). Ese anunció me trajo tantos recuerdos que aunque no lo compartí mucho estuve a punto de pedir ser trasladado a otro país. Y desde luego fueron varias las personas que vi desaparecer. Unas partieron al exilio, otras a los centros de tortura, la cárcel, a la tumba o a la fosa común. Por 17 años tuvimos un presidente que hablaba siempre de partidarios y de enemigos y como buen militar repetía que para vencer había que derrotar y la mejor manera de conseguirlo era hacer desaparecer del modo que fuera a los que eran enemigos. Logró mantener el país enfrentado por espacio de los 17 años que estuvo en el poder. Todo chileno tenía que estar a favor o contra de Pinochet. En esos años, en varias ocasiones oí dispararos y en dos de ellas las balas pasaron cerca. Me tocó dar la noticia a una esposa que su marido, un joven y entusiasta abogado de los pobres, le habían matado en la Cordillera.

- Está muy cerca para mi la situación de terrorismo en el País Vasco; es algo de casa y en casa he podido encontrar personas a favor y en contra de la ETA. No me han faltado momentos en que he tenido la impresión que, en esta zona de la tierra, ante determinados acontecimientos se pasaba de la tensión en la convivencia a la imposibilidad de la misma y a la guerra y la guerra interna comenzaba. Algunos actos terroristas están situando a las personas en el límite para que estallara un conflicto armado.

- Impactante fue la guerra del Golfo. Sirvió para sumir a un pueblo en la miseria. Disfruté con la posición tan claramente definida del Papa en contra de la misma.

- Hace cinco años terminaba la visita al Congo francés (Brazaville) y estábamos al borde de la guerra. La guerra se preparaba y la gente se preparaba para la guerra y la guerra comenzó. Tuve toda la impresión, al dejar el aeropuerto que dejaba el país en guerra. En efecto el avión en el que viajé fue el último que salió del país. Por pocas horas no me vi envuelto en otra guerra más.

- El año antepasado vivimos cerca la guerra de Serbia. Algunos de los aviones partían desde Italia. La guerra se sentía cerca. Para determinadas personas, la actuación de Milosevic y los crímenes contra la humanidad que había cometido, hizo pensar que la guerra era una acción humanitaria. Para muchos fue una guerra y no hay duda que los habitantes de Serbia sufrieron y sufren aún los horrores y locuras de esa guerra.

Es mucho lo que hemos leído y lo que nos han contado de las guerras; el cine nos ha ayudado a revivir tiempos de guerra. En la última parte del siglo pasado, a partir de la última guerra mundial, ha habido 150 guerras abiertas en el mundo. Pero en medio de este ambiente y de esta historia es bueno tomar conciencia que con la guerra en Afganistán estamos ante una guerra diferente de las precedentes. Desde hace unos pocos años ha comenzado a desarrollarse un nuevo tipo de violencia organizada que es el propio de la actual era de la globalización. Este tipo de violencia está teniendo como respuesta un nuevo tipo de guerra. No son los conflictos de intereses entre potencias establecidas que combaten por un territorio y se reconocen mutuamente como enemigos. Tras las guerras de dinastías del S. XVIII, las guerras entre naciones del XIX y la guerra civil de clases sociales del S. XX, hemos entrado en una nueva fase de conflictos bélicos marcada por las culturas. Estamos, también, ante la realidad de la guerra terrorista. El enemigo es invisible. Es un producto de la globalización y por ésta está marcada. Tiene una repercusión transnacional, el ataque viene de dentro o de fuera; el conflicto es de gran intensidad. No hay duda que hay una gran interconexión militar a nivel mundial y por supuesto político. No nos asalta el pasado sino el futuro. Esta nueva guerra es una mezcla de la vieja guerrilla y del crimen organizado que se aprovecha la extraordinaria vulnerabilidad de las sociedades occidentales.

Esta guerra nueva es el símbolo de una nueva división mundial y local entre los miembros de una clase internacional que saben inglés, tienen acceso al correo electrónico, a las transferencias bancarias, a la TV por satélite, utilizan tarjeta de crédito y viajan en avión y todo esto lo hacen a lo grande y los que no poseen nada de eso. Todo se origina por la tensión entre la cotidiana e incesante guerra de la violencia de un sistema de dominio global, por un lado, en el cual la guerra se cuece a fuego lento y por la privación de bienes de importancia vital o por la falta de solidaridad y, por otro, la guerra como invención militar explícita, que se describe diversamente y conforme a su intensidad y duración. Su percepción en el hemisferio norte se superpone al estado de guerra permanente en los dos tercios del mundo. La nueva guerra surge en el contexto de la erosión del territorio propio del estado moderno. En el futuro no se luchará por “la tierra”; se luchará por los derechos, el pan, la identidad cultural (clan, religiosa, lingüística), la paz, la religión... Contará menos la ideología y los motivos geopolíticos. La guerra se convertirá así en foco de atención mundial. Ya no es posible aislar unas partes del mundo de otras. Todas las zonas del mundo se caracterizan por una mezcla de integración y de fragmentación. Es un hecho que la globalización ha remitido la amenaza de la guerra nuclear y también del riesgo de la guerra convencional entre estados a gran escala. Está claro que está surgiendo un nuevo tipo de violencia organizada que da origen a una “nueva guerra” (M. Kaldor, Las nuevas guerras, violencia organizada en la era global, Tusquets, 2001). Los intereses son tanto nacionales como internacionales y tanto públicos como privados. Estos conflictos enfrentan más que a los sectarismos entre sí a éstos con una concepción cosmopolita del mundo, la auténtica víctima. No hay duda que esta nueva guerra se genera y se sostiene gracias a una economía globalizada, neoliberal, sumergida y criminalizada.

Para cerrar este apartado debemos decir que las guerras de nuestra historia siempre se identifican y dejan secuelas de destrucción, caos, odio, inseguridad, temor y muerte. Estos son los frutos de las guerras. No hace otra cosa que ampliar el círculo de la violencia que va a terminar en la muerte. Con la guerra la pobreza aumenta y se multiplica el número de los refugiados y desplazados. De todo esto cada uno de nosotros tiene una historia que contar y en ella el hilo conductor es la violencia que termina en la muerte. En una palabra, toda guerra es un mal.

La punta del Iceberg: el ataque a las torres de New York y al Pentágono del 11 de septiembre 2001

El 11 septiembre del 2001 fue un día oscuro y triste en la historia de la humanidad (Juan Pablo II). Parece que hubiéramos asistido a una “condensación del mal”. Por su espectacularidad y por sus consecuencias mucha gente se echó a llorar, a temblar, a orar y a reflexionar. No hay duda que en esa jornada USA y en parte el Occidente “asistió a la muerte de un sueño de poder ilimitado e irresponsable” (W. Hisenberg), de su imaginación política y de sus reservas democráticas. Para algunos todos éramos o íbamos a ser protagonistas de un mundo en paz y dominado por la abundancia y el bienestar. Hacia él nos encaminábamos. Hoy esta ilusión ha desaparecido y de nuevo estamos divididos en dos mundos. Después de esa fecha como se ha repetido “la historia de la humanidad “ya no podrá ser la misma”. Protagonistas fueron unos terroristas típicos del momento actual ya que no tienen rostro ni nombre. Son fantasmas que un día se entrenan como mecánicos, aprenden a manejar un Boeing en un vuelo comercial, atacan el corazón y el símbolo de la economía y de la estrategia militar actual y así cambian la historia del mundo. Estos hombres tenían tanto odio dentro que han sido capaces de suicidarse para matar. Es lo contrario del martirio. El mártir da su vida para salvar las vidas de otros y para multiplicar la vida. Así de la guerra fría hemos pasado a la guerra caliente y su fuego es alimentado por el odio. Es la guerra de un mundo unipolar y “unipoder” de USA, que goza de legítimos apoyos por su orden democrático, su potencia económica, su creatividad científica y cultural pero que le falta algo, mejor dicho mucho, para poder presentarse como el país líder mundial.

Ninguna memoria justifica la terrible violencia del 11 de septiembre. Es un caso más en el que la violencia ha generado y multiplicado el odio. Ese es el esquema de análisis de este hecho. ¿Qué vendrá después? No es difícil intuir que será la represalia el camino para evitar futuros onces de septiembre. Si seguimos por ese camino continuamos con el ojo por ojo y diente por diente y no hay duda que en este ir y venir pueden pagar justos por pecadores ya que de la violencia sólo puede nacer violencia. Cuando se entra en la lógica del “ojo por ojo” se termina todos ciegos (Mahatma Gandhi). El odio no se apaga con odio sino con compasión y amor. Para que se cierre bien el círculo tiene que venir otra propuesta o alternativa que garantizara la superación de dicha violencia y del odio. No hay duda que cuando se habla de otra alternativa nos estamos refiriendo a que cuando se intente castigar estos delitos contra la humanidad se vaya más allá de las raíces del mal y se pueda intervenir en sus causas que es donde se genera la tensión que termina en el terrorismo. Para no llegar a la guerra está claro que hay que parar el odio. Se necesita desarmar el odio. Las personas razonables y sanas tienen que aceptar el hablarse, el discutir, el tratarse como seres humanos. Se tienen que librar de sus prejuicios raciales, religiosos y étnicos para reconocerse como hermanos y hermanas en humanidad. El derecho sólo se puede imponer en nombre de la justicia aceptada que pasa por el camino de la misericordia.

No hay duda que para resumir bien todo hay que afirmar que el odio se estaba acumulando, en la humanidad. Un odio que tenía “causantes”, protagonistas y destinatarios:

El odio que estalló el 11 de septiembre venía de los oprimidos, los marginados, los excluidos; los más afectados por la globalización. Y lo han potenciado los terroristas; lo han usado ellos.

Los terroristas se han hecho protagonistas del mismo. Lo han convertido en bomba, explosión, destrucción de unas torres, muerte, suicidio... La revancha les ha llevado a esa decisión.

Los destinatarios de ese odio son los “gerentes” del mundo liberal, el “brutal” neoliberalismo que se ha hecho especialmente fuerte por medio de la globalización. Después de la caída del comunismo el único sistema que tiende De una manera más precisa los destinatarios de ese odio son los americanos y en buena parte los occidentales (UE); dicho con otras palabras, se daría un rechazo del mundo occidental a través del modelo americano. Este odio contra USA no ha nacido ayer. Se viene acumulando desde hace un tiempo. El mundo no quiere ser “norteamericanizado” o globalizado con el modo que se ha puesto en marcha. Ello hace que algunos lleguen a pensar y a decir que este fantástico ataque estaba en parte merecido porque se ha acentuado demasiado la exclusión y la opresión.

Los problemas que han salido a la superficie con este gesto criminal son la punta del iceberg. Esto es como una mina que más tarde o más temprano debía estallar y dejar salir la rabia acumulada contra la arrogancia, el desprecio, el triunfalismo... con el que USA y los occidentales se han comportado en relación con el Sur. Estamos ante una mina vagabunda que tiene que ser identificada, reconocida y desactivada. Viene de las injusticias del “nuevo orden mundial” preanunciado por George Bush. El atentado de las Torres es la primera alarma y el primer estallido oficial y serio de este proceso. Por tanto no es sólo un problema de musulmanes fanáticos y rabiosos contra el occidente pagano y todavía menos el resultado del contencioso de los palestinos opuestos a Israel para reivindicar su tierra. Las reacciones del Islán integrista y fundamentalista se deben comprender a la luz de la lentitud y las tergiversaciones del Occidente para resolver los problemas políticos y económicos. Son muchos los países independientes pero pobres que no son consultados en el momento de tomar las decisiones político-económicas; están excluidos y ahora han alzado la voz a su modo. Han gritado violentamente su rabia. No tienen ninguna independencia económica. Son siervos y servidores del occidente. El terrorismo no es muy lógico pero tampoco es fruto del azar; es consecuencia de una frustración colectiva y de un odio demasiado tiempo dominado. Es el desfogue de lo que se ha llamado “la ira de los pobres”. No podemos dejar de decir que es un desfogue equivocado porque la violencia lo único que puede provocar es violencia.

Ahora a USA le toca aprender a estar de un modo diferente en el mundo. Ha mantenido una relación de guerra fría en un mundo postguerra fría... por miopía, por soberbia imperial y quizás por una cierta incapacidad congénita para abrirse a los demás y comprenderlos. Así USA ha comenzado a inventar nuevas amenazas, nuevos enemigos en ocasiones entre los que fueron sus amigos como Ben Laden. No hay ninguna duda que si no se escucha este grito del tercer mundo de un modo o de otro se emprenderá un camino que no podemos prever en este momento a dónde nos puede conducir. Es importante recordar que el fundamentalismo islámico florece en las capas pobres de la población; por tanto no es un guerra de religiones sino una guerra que nace de la frustración colectiva de poblaciones que sufren el hambre, la enfermedad, la ignorancia... y que no tienen nada que decir sobre su propio destino.

Este inmediato después del 11 de septiembre se ha movido en torno a dos grandes objetivos: capturar a los responsables de los atentados y poner fin a la protección y ayuda que reciben de algunos gobiernos y pensar en el castigo a dar. Ambos se podrían resumir en que las represalias, en palabras de Bush debían ser “ejemplares, efectivas y rápidas” de tal forma que se llegue a “pulverizar al enemigo” (New York Times) y así “USA liberará a al mundo de los malvados” (Bush). El primer objetivo ha sido difícil de alcanzar ya que exige un empeño prolongado en el tiempo y sobre todo un cambio de mentalidad en occidente. En relación con el segundo después de consultar y hacer cálculos se ha decidido comenzar una guerra contra los responsables, contra Afganistán, contra los talibanes, contra Bin Laden. Se ha creado una alianza que puede perder consistencia si el primero objetivo no es alcanzado de una manera sustancial. Así ha estallado la primera guerra del siglo XXI que pide una acción política y una lucha sin cuartel a nivel internacional para erradicar nada menos que el terrorismo.

La lucha contra el terrorismo pasa por un suerte de “revolución cultural” que deberá permitir conocer las causas por las cuales este fenómeno se ha extendido y ha tomado las modalidades más diversas. Sobre todo se ha difundido entre las masas pobres árabes y musulmanes y se extenderá aún más con la creación de nuevos mártires. Se comienza a entrever que el recurso a la fuerza no resolverá ningún problema sino el de el paso a un loco deseo de venganza que lamentablemente está presente en algunos y que favorece “la espiral de odio y de violencia” (Juan Pablo II). Entretanto comenzaron a surgir algunos grandes interrogantes en Occidente. ¿Todo esto pasará por una disminución del ejercicio de la libertad? ¿Se producirá una desactivación general de la economía? ¿Las consecuencias tocarán solamente el turismo y las compañías aéreas? Las preocupaciones en el tercer mundo han sido diversas ya que ellos cada día se angustian por superar los problemas de la supervivencia que se han agudizado con esta guerra. ¿Dónde dormiremos esta noche? ¿Qué comeremos esta tarde?

La guerra contra Afganistán es indispensable y debe comenzar ya. Y comenzó el 7 de octubre.

Además de interrogantes en esas semanas que van entre el 11 de septiembre y el 7 de octubre fueron apareciendo posturas diferentes ante la guerra y por fin una decisión “anunciada”. El 7 de octubre comenzaba el conflicto armado.

Posiciones ante la guerra

Fueron varias y entre si incompatibles las que se comenzaron a oír y las que se siguen oyendo. Las resumo.

Esta guerra es indispensable - Es la solución. Sin esta guerra no habrá paz, justicia, progreso... Ofrece el único camino para poder seguir adelante y para reducir la pobreza absoluta. Los hay que han sabido hacer una entusiasta apología de esta guerra y desde su posición han acertado a presentarla como indispensable. Según algunos, adoramos y seguimos a un “Dios de los ejércitos” (cfr. El Dios de los ejércitos, Javier Pikaza, PPC 2000) y en nombre de ese Dios se han bendecido las armas para que sean eficaces y hagan desaparecer a los enemigos. Fruto de este planteamiento se ha hablado tanto entre los cristianos como entre musulmanes de la “guerra es santa” (jihad) La de Somalia de hace tres años se desarrolló con el slogan: “para restaurar la esperanza”. En una palabra, bastantes llegan a concluir que la guerra contra Afganistán es una obligación e involucrarse en ella en diversos modos un deber.

Esta guerra es necesaria - Ahora se necesita esta guerra. Es lo que hay que hacer. Se justifica por la amenaza del enemigo, por la necesidad de recuperar el terreno perdido. Es el camino para terminar con el terrorismo. Se llega a afirmar que es la mejor forma de defender al pobre y al oprimido. Es verdad que sí lo pensé yo, equivocado, con ocasión de la guerra de las Malvinas entre Inglaterra y Argentina en 1980 y así lo expresé como presidente en una declaración de la Conferencia de Religiosos de la misma. No han faltado quienes han dicho, en relación con esta guerra que invitar a poner la otra mejilla o invitar a la no-violencia evangélica es cometer una vejación. Esta guerra se presenta como meritoria.

Esta guerra, al menos, es conveniente - Es el mal menor. Lo que más conviene es la guerra. Entre las diferentes posibilidades para resolver un conflicto internacional como el que estamos metidos está la guerra. Hay otros caminos para avanzar hacia delante pero pueden ser más lentos e imprecisos; de todos ellos el más conveniente es la guerra. Hay personas que están preparadas para hacer la guerra, como son los soldados y el ejército y tienen que defendernos cuando somos atacados; hay unas armas que están sin ser ocupadas y tienen que usarse, aunque esto no se dice en voz alta, por supuesto En otras palabras, encuentran la guerra “razonable” y la toleran con facilidad. Es un mal pero evita males mayores. Bin Laden y los Talibanes necesitan una lección.

Esta guerra es posible - Es una de las realidades posibles de la historia humana actual. Ha habido guerras. Y hay guerras y guerras habrá y es una posibilidad para que haya paz. Las guerras se declaran, comienzan, se agudizan, llegan a su fin, a veces se hace la paz y otras se prolonga la situación de la tensión primera. Las guerras se pierden o las guerras se “ganan”. Así se ha hablado de la guerra de Afganistán, una guerra que es posible ganar y por tanto que es posible declarar. Son varios los que la han presentado como una buena posibilidad pero no como la mejor solución.

Esta guerra es inútil - Toda guerra es inútil. Esta también. Es la posición del Papa: “Que no se dejen dominar por el odio y por el espíritu de venganza, hagan todo lo posible para evitar que las armas de destrucción siembren nuevo odio y nueva muerte y se esfuercen por iluminar la oscuridad de las vicisitudes humanas con obras de paz”. No arregla nada; deja las cosas donde están o las deteriora significativamente. No siempre vence el que tiene razón sino el que es más fuerte. Sus consecuencias son imprevisibles. Cuando al conflicto se da el mejor camino para solucionarlo es el trabajo de concertación, mediación y arreglo llevado a cabo por la vía del arte de la diplomacia y el diálogo. Para la presente situación este sería el camino.

Esta guerra es absurda - Es la peor solución que se puede elegir para solucionar los problemas. Si se quiere la paz hay que evitar la guerra. Entrar en guerra es tomar el camino errado para llegar a la meta de la paz. Siempre hay una alternativa buena para salir del conflicto pero aquí se opta por la opción más irracional. Es absurdo buscar la paz con la guerra. Se olvida llamativamente que “la solidaridad es el rostro de la paz y el desarrollo el nombre de la paz” (Pablo VI). NO se advierte que el clamor de la paz va contra la lógica de la guerra. Todo ello lleva a concluir que la guerra está prohibida. Es siempre un mal.

Absurdo es pensar que se iban a cumplir las condiciones que harían que esta intervención militar fuera justa. De hecho las condiciones que se ha puesto a esta acción militar para que pueda defender el bien común contra los ataques terroristas en la práctica no se pueden dar. Veamos. La primera es la probabilidad de éxito y para ello hay que estar ciertos de que las estrategias que se siguen no inflamen aún más el odio en el mundo musulmán de tal forma que aumente el hambre y en consecuencia el terrorismo; en una palabra, que el mal sea mayor. Sin embargo en este caso se está advirtiendo ya que el mal y el odio están aumentando. A la luz del poder destructivo de los armamentos modernos es imposible que se puede respetar esta condición. La segunda es el principio según el cual se debe prestar atención a la discriminación entre culpables e inocentes. En nuestro caso los inmediatos culpables y ejecutores ya están muertos. Se precisa ir más allá e identificar a las personas que han planificado y a los grupos terroristas. Este trabajo es muy difícil. Los civiles inocentes no tienen que ser objeto de la acción contra los terroristas. Esto supone que las personas civiles no pueden ser nunca objeto del ataque militar y víctimas del mismo; multiplicar los huérfanos matando a los padres es aumentar el número de posibles candidatos y reclutas del terrorismo organizado. Es lo que ya está ocurriendo en Afganistán. La tercera es que la acción militar pueda realizar su objetivo y ello en nuestro caso es difícil: aquí se trata de terminar con el terrorismo en el mundo; una guerra contra el terrorismo puede ser una guerra eterna. Otro criterio es la proporcionalidad y ello significa que el daño que se produce con el uso de la fuerza no debe hacer que aumente el daño total en el presente y en el futuro. El mal se debe reducir, es decir, con la intervención militar no debe ser mayor. Esta es una condición importante pero que conociendo la capacidad de destrucción de los armamentos modernos es un imposible. Es un riesgo entrar en una estrategia que cierre la posibilidad de la paz en el futuro. La aplicación de estos principios es objeto de un juicio prudencial y supone una llamada a la sabiduría política y al compromiso moral pero llevan a concluir que toda guerra moderna en la práctica es injusta. Esto es lo que la había llevado a la Iglesia a declararse tan incondicionalmente a favor de la paz: “Es absolutamente necesario que los conflictos entre las naciones sean resueltos no con la guerra, sino que se hallen otros caminos más conformes con la naturaleza humana; que se favorezca además la estrategia de la no violencia y que todas las naciones reconozcan y regulen, mediante leyes la objeción de conciencia” (Sínodo de los Obispos, 1971).

De acuerdo a la información que tenemos son pocas las personas, las revistas, los grupos que durante este mes han levantado la voz para decir que esta guerra sería injusta. Sabemos que ha sido declarada justa por un número significativo de creyentes y por algunos obispos y cardenales. Para ellos parar el terrorismo es causa suficiente para hacer justa la acción y la serie de acciones que a ello se encaminan. Pocas han sido, también, las voces que la han declarado inútil y han sido capaces de afirmar que no va acabar con el terrorismo ni va a alcanzar los objetivos que se ha propuesto. Muy reducido ha sido el número que ha llegado a considerarla absurda y fruto de la locura de unos pocos marcados por el fanatismo y así lo han anunciado. Sin embargo el sano criterio lleva a concluir que la acción cometida por los autores del atentado contra las Torres y el Pentágono es aún más absurda que la misma guerra que ha desencadenado.

¿ Y la otra alternativa?- Pocos la pensaron y pocos la querían. No hay duda que fueron también pocos los pasos previos que se han dado en esta dirección. A la guerra se va después que fracasan las mediaciones políticas y culturales. ¿Se dieron estas mediaciones? No hay duda que el mes que transcurrió entre el 11 de septiembre y el comienzo de la guerra no fue tiempo suficiente para agotar otras posibilidades. Pero es bien sabido que se dejó de lado demasiado rápidamente la alternativa política o la vía diplomática que podía haberse puesto en manos de la ONU o de los países árabes y sus organizaciones. De hecho no se hizo uso de las mediaciones ni de las concertaciones posibles. No podemos olvidar que los Talibanes rechazaron entregar a Bin Laden a USA pero ofrecieron la posibilidad de negociar e iniciar un proceso en una corte islámica o entregarlo en un tercer país si USA proporcionaba pruebas de su culpabilidad. Estas posibilidades fueron rechazadas por la administración de Bush que vio en ellas un modo de dar largas al asunto. La posición de USA era clara: Bin Laden ha cometido el acto terrorista en USA, luego en USA y por USA tiene que ser juzgado. Además USA quería eliminar toda la organización Al Queda. No hay duda que si Bush hubiera tomado la decisión de consultar con los países musulmanes y a juristas musulmanes hubiera fortificado su autoridad moral en todo el mundo y también entre los musulmanes. La guerra contra el terrorismo no se puede ganar únicamente con balas y en las montañas. USA necesita el apoyo no solo de las “elites” de los países musulmanes; también necesita el apoyo de la opinión pública. Esta guerra se ganará bien cuando los musulmanes se convenzan que USA actúa justamente.

El 7 de Octubre: la guerra de Afganistán ha comenzado

Yo tuve un sueño el día 11 de septiembre. Lo quiero contar ahora. A las 5 de la tarde se reunían los 10 hombres y las 10 mujeres con más cordura del mundo porque éste es un tiempo para la cordura. A la reunión veía llegar a K Annan, Juan Pablo II, Card. Martini, Rigoberta Menchú y alguna Superiora General sobre todo de la rama franciscana, Dalai Lama, Mons. D. Tutu... todos ellos habían vivido de una u otra manera la experiencia de la no violencia activa. Este grupo de los 20 comenzaron su encuentro con la lectura de la palabra de Dios. Escucharon que Dios pedía de ellos y de todos en esa hora “obrar con justicia, amar con ternura y caminar humildemente con el Señor” (Miqueas 6,8). Después invocaron la gracia del Señor para que no les faltara lucidez para saber qué hacer y audacia para proponerlo a todo el mundo ya que todo el mundo está implicado en este acontecimiento. Suplicaron por las víctimas de cada día de la injusticia que son varios miles, las víctimas de New York, Washington, Pensilvania de ese día, por los autores del acto terrorista y por todos los que matan o no dejan vivir para tener más y para oprimir mejor.

Después comenzaron a analizar la situación. Vieron mucho mal dentro de esta realidad. Alguno expresó que nos encontrábamos ante “una estructura de pecado”. Se dieron cuenta que el mal no se elimina sólo con condenarlo; se precisa examinar sus porqués y acertar con los remedios adecuados; sólo así se redime. Al intentar dar con los porqué concluyeron que esto tenía que suceder ya que había mucho odio acumulado y ello haría que después de este acontecimiento “las cosas ya nunca volverían a ser como antes”. Por eso más que tratar de identificar y de atacar al enemigo es preferible extirpar las raíces del odio y de la violencia. En la búsqueda de la justicia se debe caminar guiados por la sabiduría, la misericordia, la moderación y la paz. Estos son los rasgos que distinguen a los justos y a los fuertes y que se convirtieron en los criterios para hacer sus propuestas. La violencia solo se combate bien con la lógica de la paz ya que el mal solo se repara con el bien, es decir, con una actividad opuesta a la de los autores de los delitos y por tanto capaz de anular o de reducir sus efectos. Se debe desterrar la palabra venganza. Quienes llevan adelante acciones terroristas no se les puede permitir que escapen a sus consecuencias; no es bueno para ellos ni para los grupos. Necesitan un castigo ejemplar. Se evitará por todos los modos que la cólera de la indignación caiga indiscriminadamente sobre los inocentes. La venganza y la revancha no resucitará a ningún muerto. Sería un acierto lograr poner fin a la violencia sin usar la violencia.

Después de hablar largo y de modos muy diversos vino la pregunta del millón: ¿Qué hacer? Había que ponerse manos a la obra. Se decidió que fuera K Annan quien coordinara la acción. La mejor lucha contra el terrorismo es la justicia. Es importante que el poder no destruya el derecho. Así en pocos minutos y en una tablero luminoso comenzaron a pergeñar el orden político, social y económico nuevo. Un nuevo orden mundial de rostro humano y solidario. Rigoberta escribía y con bastante buena letra. Todos salieron convencidos de que iba a costar mucho que fuese aceptado y sobre todo puesto en práctica. Pero se decidió no echar marcha atrás. Se consideró muy importante en este empeño conseguir crear un cultura de la paz, con el apoyo de las religiones, basada en la justicia que es la única manera de terminar con el terrorismo. Si no el futuro seguiría estando marcado por el fanatismo y la guerra.

Estos son algunos de los elementos de la alternativa sugerida por este “consejo de paz”:

Para eliminar el terrorismo el mejor camino es la inauguración de la era de la cooperación económica internacional para sacar de la miseria a la mitad, cuando menos, del genero humano. Ello supone prestarle apoyo máximo a los programas mundiales de salud, alimentación, educación y vivienda. Hay que saber medir la dimensión económica del atentado del 11 septiembre. Ha sido, no hay duda, un grito fuerte contra la globalización. No hay duda que en la presente situación los que están más perdidos y sin saber que hacer son los últimos responsables del proceso recién iniciado de la globalización. Cuando la pobreza relativa se agudiza, por una parte desencadena irremisiblemente conflictos bélicos y, por otra, se produce una gran apatía contra la participación democrática. La globalización ha agudizado, en los años que lleva orientando la economía mundial, un crecimiento de la pobreza relativa. El hambre, la falta de atención médica, la migración forzada, el exilio... multiplican el terrorismo ya que son como explosivos contra la paz: “En el nuevo siglo que acabamos de comenzar las posibilidades para la familia humana son inmensas, con todo no siempre son evidentes en un mundo en el que demasiados de nuestros hermanos y hermanas sufren de hambre, malnutrición, imposibilidad de acceder a la atención médica y a la educación, o están agobiados por un gobierno injusto, un conflicto armado, un desplazamiento armado y nuevas formas de esclavitud humana. Para soñar las nuevas oportunidades, visión y generosidad son necesarias, especialmente de la parte de aquéllos que han sido bendicidos con la libertad, la riqueza y la abundancia de riquezas” (Juan Pablo II, 15 sept. 2001, Embajador de USA ante la Santa Sede). Solo la justicia distributiva puede traer la paz.

Debe ir acompañado de la propuesta de un nuevo orden político. Todo ataque militar, cuando existe, debe estar acompañado por una propuesta nueva económica y política. Así se llegan a sanar las raíces del ataque. Lo que no tiene sentido es una respuesta militar a lo que se ve como un conflicto nacido del rechazo de la libertad. Eso no debe darse. En el aspecto político la llamada es hacia “un nuevo orden mundial”. Pero el artífice de ese nuevo orden mundial no debería ser sólo USA; no es bueno para USA ni para ningún país que el peso de la gobernabilidad mundial recaiga sólo en un país ya que quien paga el precio se lleva la mercancía. Es el gran cambio que tenía que producirse en este momento. Ahora para Bush todos los países están a favor o contra de USA. Ha llegado el momento de terminar con esta polarización. Sin embargo ya hay indicios de que USA quiere aprovecharse de esta crisis para multiplicar y potenciar su influencia política, económica y cultural en el mundo. Sin embargo K. Annan ha sabido recordar a USA que la ONU está en condiciones para atacar, reducir y aminorar la acción del terrorismo.

Estamos en un momento en que nuestro discurso no es sólo el anuncio y la propuesta de la paz. Debemos ir más lejos y ser más claros. Nos corresponde ir contra la guerra. Sólo así se puede iniciar ese plan de paz anunciado y propuesto por “el consejo de paz”.

Para evitar la siguiente guerra: una cultura de la paz

La guerra ha durado ya un mes. A medida que los días avanzan el tiempo juega contra los americanos y occidente. El número de los “antiamericanos” en el mundo árabe y en todo el mundo está aumentando. Sin embargo, aún no es fácil promover movimientos a favor de la paz, o mejor aún contra la guerra. Es difícil hacer comprender el mensaje de la paz. Son bastantes los que aprueban la guerra y algunos hasta de una manera absoluta. Todavía son pocos los que están contra la lógica de esta guerra. En muchos casos porque tienen una mentalidad de guerra. Sienten la guerra como algo suyo y para ellos hacer la guerra es necesario; es lo mejor. Sin querer queriendo están envueltos en una cultura de guerra. Combatir y luchar es una cultural existencial y de ella no es fácil salir. Por tanto es importante hablar y ayudar a vivir en una cultural de la paz en la que se crea el atractivo por la paz y por un futuro común. Ahí se cultiva “gente de paz” y se continúa lo que ha sido llamado “el espíritu de Asís”.

No es sencillo decir lo que se debe hacer en el plano político y militar en este momento. Lo menos que podemos decir es que la guerra es menos injusto que lo fue el ataque a las torres gemelas. Pero sí es importante hacer todo lo posible para reencontrar la libertad y la verdad y también la serenidad y así llegar a pensar bien y a tomar adecuadas decisiones. Al hacerlo no podemos olvidar el viejo consejo de Hegel: sólo merece ser libre quien está dispuesto a jugarse la vida en ello. Para lograr estas metas se debería desarrollar el tema de una economía, una religión, una vida cristiana o una vida consagra por la paz. Eso sería mucha tarea. Nos limitaremos a un aspecto y es el de la presentación de algunos elementos de una cultura de la paz. Oportuna fue la sugerencia de la Asamblea de UISG de desarrollar esta cultura de la paz unos meses antes de los acontecimientos. Es la única manera de conseguir que las guerras disminuyan y a poder ser desaparezcan. Y sobre todo de llegar hasta las raíces de las mismas y cambiar el rumbo de los pueblos.

No podemos olvidar que las religiones pueden estar juntas en una espacio común que es la paz y reforzar esta cultura antibélica que tanto necesitamos. Ello supondría motivar y prepararse para pedir perdón a todos; los católicos debemos comenzar con esta actitud humilde ya que no hay duda que nos encontramos entre los primeros fundamentalistas. De todas formas no es el tiempo para poner a “los dioses” a pelear entre ellos.

En la asimilación de una nueva cultura S. Huntington, en su artículo “Desencuentro de culturas”, aparecido en 1993 en Foreign Affairs, anunciaba que las grandes divisiones al interior de la sociedad humana serán de tipo cultural y los grandes desencuentros tendrán lugar entre grupos culturales diversos. El desencuentro a nivel cultural dominará la política global. En el artículo anunciaba el desencuentro entre Occidente e Islán. Señala, también, que el desafío que bastantes países se han dado no es otro que el Occidente sea cada vez más fuerte y haga desaparecer a los otros y en concreto al Islán

No hay ninguna duda que en la presente guerra la dimensión propiamente cultural de la misma es muy significativa. Por lo mismo para ésta y para las demás sirve el crear una cultura de la paz. La cultura es siempre la manera con la que un grupo de personas piensa, siente, vive, se organiza, celebra y comparte la vida. En toda cultura subyace un sistema de valores, de significados, de visiones del mundo que se expresan al exterior en el lenguaje, los gestos, los símbolos, los ritos y los estilos de vida; éstas son las manifestaciones culturales. En torno a estos elementos de la cultura haré algunas reflexiones con referencia a la paz.

Pensar

Aquí van algunas sugerencias que ayudan a crear y extender pensamientos de paz o un modo de pensar propio de la persona de paz.

- Evitar el fanatismo en el modo de pensar y de prepararse para saber vivir la comunión en la diversidad por medio del diálogo. Pensar como fundamentalista es justamente lo opuesto: es tomar la parte por el todo y aislarse del conjunto y crear sectas. Para Unamuno el fundamentalista está lleno de temor y, sobre todo al cambio, y le faltan verdaderas convicciones “Los verdaderamente más convencidos suelen ser los más tolerantes; la intransigencia proviene de la barbarie, la falta de educación, la soberbia y no de la firmeza de la fe”.

- Ofrecer una alternativa cultural diversa a la precedente: inclusiva, global, democrática, hospitalaria, acogedora... Pero no es fácil precisar esta alternativa tanto en los medios como en los fines. Esto no cae del cielo. Una economía solidaria no puede funcionar sin unas personas solidarias o con unas personas cínicas o egoístas. Se necesita de personas con una ética, unos valores, unas virtudes humanas orientadas a la solidaridad y al compartir.

- Pensar bien y para ello ir más allá de las emociones o reacciones primeras que suelen ser agresivas y violentas. En el tema de la guerra y de la paz hay que hacer los juicios con precisión y después de tener la debida información. La objetividad es indispensable. Es importe pensar como hermanos y hermanas, hacerlo de manera abierta; evitar las generalizaciones y medir las consecuencias.

- Hay que pensar en profundidad sobre las dimensiones económica, política y económica del impacto de acontecimientos como el de las Torres de New York. En general estos acontecimientos se desarrollan con rapidez y se precisa encuadrarlos en la propuesta de la globalización tanto en sus aspectos positivos como en los negativos; éstos últimos se pueden resumir diciendo que la realidad está compuesta de pocos ricos con muchos recursos y muchos pobres con pocos recursos. No hay duda que cuando el pensamiento se encuadra en la buena lógica se debe pensar en la posibilidad cercana de la guerra.

- Repensar el actual orden internacional Está claro que el orden actual es incapaz de resolver las duras situaciones de opresión y de humillación, lo cual lleva a la desesperación y a determinados comportamientos locos y acciones impactantes. La propuesta de un nuevo orden internacional pide mucha reflexión y estudio y una abierta disposición de integrar todo lo bueno y superar los intereses egoístas.

- Investigar con profundidad por qué se llega a explosiones de odio como la de aquellos que han programado durante un largo período la destrucción de miles de personas. Prestar atención a que muchos que sufren en condiciones de vida humillantes pueden caer en la desesperación y en la explosión irracional contra una sociedad que ha decidido prescindir de ellos. Es urgente repensar el actual orden social, político y económico. No hay duda que la injusticia es el humus de la violencia y la violencia lo es de la guerra.

- Saber motivar para que la lógica de la guerra, de la venganza sea sustituida por la de la paz. La represalia, siendo menos grave que la venganza, no es la solución para la superación de los problemas.

- Repetir que en el horizonte global de la humanidad no basta perfeccionar la defensa militar es necesario promover la justicia social. Así se llega a la paz. Si se quiere la paz hay que preparar la paz (en contra de lo que se suele oír: “si se quiere la paz y que preparar la guerra). La paz global significa hoy trabajar por la justicia global.

- Saber decir y justificar que lo central del mensaje de Jesús consiste en la proclamación de la buena noticia de la paz para la humanidad y del mejor potencial ético de la misma.

- Creer en la fuerza pacificadora de la verdad. La mentira no es la mejor estrategia ni tampoco lo es la manipulación de la verdad al servicio de los propios intereses. Por el contrario el pensamiento claro y la palabra verdadera facilitan la paz.

Sentir

Es importante tener sentimientos de paz y conseguir que la paz toque nuestro modo de sentir y nuestros afectos. Para ello hay que comenzar por “amar” la paz y favorecer lo que a la paz lleva:

- En todos nosotros existe un potencial de violencia y agresividad pero no podemos dejar de trabajar por la reconciliación de afectividad de cada uno de nosotros, de nuestro grupo familiar o comunitario, nuestra sociedad y para que aparezcan y afloren los sentimientos de paz...

- Desarrollar la indignación contra toda violencia presente en nosotros y en torno a nosotros. La violencia nos debe sorprender y nos tiene que llevar a la indignación que nos mueve a evitarla.

- Expresar el amor a la paz. Es importante amar la paz adherirse de un modo espontáneo a la paz; disfrutar de ella cuando se tiene y sufrir cuando nos vemos privados de la misma.

- Cultivar la reconciliación y el perdón. Los conflictos humanos no se resuelven de forma duradera si no se introduce la dimensión del perdón. La verdadera paz no se logra cuando unos hombres vencen a otros si no cuando todos juntos logramos vencer nuestra mutua incomprensión e intolerancia. Así se entra en una dinámica de superar el mal con el bien.

- Promover la no-violencia como alternativa. La no-violencia es una alternativa inexplorada a nivel colectivo en la sociedad civil y política. En la perspectiva religiosa y cristiana los testimonios y las propuestas de no violencia no son tantos. De todas formas la no-violencia para un cristiano consiste en llevar a sus últimas consecuencias el mensaje del amor universal de Jesús; en tomar en serio la exhortación de combatir el mal con el bien y no con otro mal; en optar por medios compatibles con el amor, incluso a los enemigos, para instaurar una sociedad justa y pacífica. Los cristianos podemos sentir la legítima satisfacción de haber sido depositarios durante siglos de la semilla de la no violencia que ahora pugna por germinar.

- Nos debe preocupar si llegamos a “sentir odio” hacia alguna persona. De forma concreta nos tiene que preocupar si sentimos odio hacia Bush o hacia Bin Laden, hacia los talimanes o los americanos.

- Controlar nuestros propios integrismos ya que el miedo puede acabar en agresión ya que es muy difícil de manejar.

- El buen sentir debe ocupar más espacio en las personas y eso se consigue deshinchar el globo ideológico y transformando de nuevo, como era en un comienzo, las fronteras en puentes.

Actuar

Se necesita tomar postura frente a la guerra y actuar en contra de ella y de los modos más diversos. Para evitar la guerra hay que hacer la paz y la paz es una tarea; no nace de una manera espontánea con el pasar del tiempo ni la van a traer los políticos con sus negociaciones y acuerdos. La paz es tarea de todos. Pide:

- Ejercitarse en la concertación. Es la mejor manera de superar los conflictos que a veces se enquistan en las personas y en los grupos. Es importante conocer y aprender del camino de la paz que ha elaborado San Egidio para poner de acuerdo a grupos en guerra o desavenidos y llevarlos a la concordia y a la paz. Les llevan a la “concordia civil” y a la negociación no gubermental. La mediación de la Comunidad ayuda a transformar una relación hostil entre las partes en un modelo de diálogo que puede llevar al acuerdo. El fruto que se produce, en último término, es de conversión.

- Trabajar por una sociedad mundial justa, con capacidad de defender los derechos humanos ahí donde son conculcados. Hay que hacer todo lo posible para apagar los focos de violencia y sobre todo no encender otros. Sumar odio con odio da más odio; la locura con locura suma más locura. Por el contrario sumar el amor con el amor da más amor.

- Trabajar para implantar el camino de la cooperación económica internacional para sacar de la miseria a la mitad por lo menos del género humano que vive con menos de 90 dólares al mes. Para ello hay prestar apoyo a los programas de salud, de alimentación, educación y vivienda.

- Proponer un estilo de vida que esté al servicio de la sencillez; en él nos toca evitar lo superfluo y vivir con lo necesario. Actualmente la búsqueda de lo superfluo y de la comodidad están a la base de nuestra debilidad. No hay duda que cuando luchan el que tiene mucho que perder y el que está dispuesto a dar su vida puede ser que éste acabe siendo más fuerte.

- Cuidar las reacciones violentas ya que la violencia es “una espiral diabólica” (Helder Câmara); cuando alguien nos trata mal acaba sacando lo peor de nosotros mismos.

- Participar en acciones por la paz: manifestaciones, acogida, oración, convenios, protestas, organizaciones...

- Orar y ayunar para obtener la gracia de la paz. La paz es una tarea pero es también un don. La oración de intercesión y el ayuno nos ponen en disposición de obtener esta gracia del Dios que es Padre.

Formar o educar

Formar hombres y mujeres que rechacen la guerra y busquen la paz supone transmitir criterios, inculcar actitudes e involucrarse en procesos de paz. Es la tarea de los educadores de la paz.

- Formar para una participación política que sea un verdadero servicio al bien común. Son diversos los niveles de esta participación. Va desde el votar en unas elecciones hasta el ser candidato de las mismas, desde conocer lo que pasa en la política del país hasta defender al pobre.

- Iniciarse y perfeccionarse en el diálogo: Para resolver los conflictos los hombres han de hacer siempre, individual y colectivamente una opción: escoger la vía del diálogo y del entendimiento o continuar por los caminos de la violencia o del enfrentamiento. La vía del diálogo pasa por renunciar a la posesión absoluta de la verdad. En el período de la postguerra mundial se han dado, como ya hemos dicho, muchos conflictos armados. Ninguno ha terminado sin que mediara el diálogo. Nada hay más contrario a la paz que la exclusión del adversario o el rechazo del diálogo. Para los que quieren perpetuar la guerra siempre habrá una excusa para no ponerse en contacto con el adversario.

- Exigir una mejor distribución de lo que se tiene ya que es un hecho “que en el mundo de hoy la gente puede tener todo lo que necesita para responder a sus necesidades pero no lo suficiente para responder a su avidez” (Mahatma Gandhi). Solo así se terminaría con el terrorismo escondido. Sana la orientación dada por el Papa Juan Pablo II: “Si quieres la paz va hacia los pobres” (Mensaje de la Jornada de la Paz 1985)

- En la convivencia intercultural: ayuda mucho el poder formarse en un contexto y grupo intercultural. Así se aprende a tolerar, a conocer las legítimas diferencias, la comprensión para reconocer los derechos de los demás y para asumir los deberes propios. El diálogo intercultural que no oculte lo propio pero que tampoco lo imponga. No hay duda que ser persona humana es existir en una cultura determinada pero “las diversidades culturales se deben comprender en la perspectiva fundamental de la unidad del género humano, dato histórico y ontológico primordial, a la luz del cual es posible de captar el sentido profundo de las mismas diversidades. En verdad, sólo la visión contextualizada que junta los elementos de unidad y los de diversidad hace posible la comprensión y la interpretación de la plena verdad de toda la cultura humana” (Juan Pablo II, Jornada de la Paz 1 de enero 2001).

- La Iglesia se debe empeñar en nombre del evangelio en educar la conciencia colectiva para resolver los conflictos en modo humano y civil con el negociado, la diplomacia, la política del justo compromiso que marca el punto máximo de acuerdo entre los que luchan entre si.

- Favorecer la verdadera educación política. Frente a la política suele darse mucho apasionamiento pero no hay duda que la pasión perturba y confunde con frecuencia la razón y la acción política de no pocos. La educación política está llamada a aminorar la carga de apasionamiento ciego y a sanear el fanatismo, las posturas viscerales, la intolerancia y la exclusión introduciendo racionalidad y objetividad.

A los religiosos nos toca más que nunca ser signos, memoria y profecía del Reino y de la utopía de la fraternidad universal y sobre todo con los países islámicos. Nos toca ser signos de una Iglesia que busca la comunión y el entendimiento, el diálogo fraterno y el buen entendimiento. Si repetimos todo esto no es para agobiar con su responsabilidad al Occidente sino por estar convencidos que si el Occidente yerra el paso que tiene que dar en este momento y si no reflexiona atentamente no volverá a encontrar más su camino. No hace falta ser grandes profetas para prever que esta tragedia se repetirá y en muchos otros países. Por lo mismo es mejor que alguien tenga el coraje de decir lo que corresponde a los grandes antes de que sea demasiado tarde.

Para Pablo, Jesucristo es nuestra paz y la paz del mundo (Ef 2,14) y la paz es pensar, sentir, vivir y hacer juntos. Lo más opuesto a la paz es hacer la guerra. Esta realidad estaba presente en Pablo VI cuando el 4 de octubre de 1965 en la Asamblea de la ONU gritaba: “¡No más la guerra; no más la guerra! Es la paz que debe guiar el destino de la humanidad. Si queréis ser hermanos que caigan las armas de vuestras manos”. Quizás a ratos podemos pensar que es una ilusión vivir en un mundo sin guerras, pero nos está permitido al menos hacer todo lo posible para que sean cada vez menos y menos fatales.

Nuestra Señora de la Paz, despierta en nosotros el corazón filial y fraterno que a veces duerme y danos fortaleza para ganar la batalla de la paz. María, enséñanos ese amor que es “más fuerte” y que vence el odio, repara las heridas, reconcilia los ánimos, aleja todo terrorismo y enciende nuevamente la esperanza. Concédenos gracia para luchar por la paz manteniéndonos serenos, valientes y generosos, en esta hora que es de turbación. Amén.

Vengan a ver las cosas sorprendentes

Que el Señor ha hecho en la tierra:

Ha puesto fin a las guerras

Hasta el último rincón del mundo;

Ha roto los arcos,

Ha hecho pedazos las lanzas

¡Ha prendido fuego los carros de guerra!

Que termine la violencia en la tierra.

¡Reconozcan que yo soy el Dios de la Vida!

¡Yo estoy por encima de las naciones poderosas!

¡Yo entrego la paz en toda la tierra!

¡El Señor, Dios de la vida, está con nosotros!

¡El Dios de la paz es nuestro refugio!

Salmo 46, 8-10

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P. José Maria Arnaiz sm, marianista español, es el nuevo Secretario general de la Unión de los Superiores Generales desde el 1 de octubre de 2001. Hasta entonces, ha sido asistente para la vida religiosa del Superior general marianista p. Fleming. Es autor de numerosos artículos y obras de teologia y espiritualidad de la vida religiosa.